Los Archivos Municipales



                                           Los Archivos Municipales
                                                                                             

Milagros Contreras Dávila.
                                                                                                                                                  DPP Archivo General del Estado Mérida

            Los archivos municipales reflejan y garantizan los fines esenciales del Municipio, en  particular los de servir a la comunidad y materializar la efectividad de principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución y en las leyes, así como la participación de la comunidad y el control ciudadano en todo lo que les favorezca.

            Los documentos que se producen en las oficinas municipales son importantes  para la administración  y la cultura, por ser imprescindibles para la toma de decisiones y porque concluida su vigencia administrativa se convierten en fuentes de la historia de los municipios y porque forman parte del patrimonio cultural  del mismo municipio, por tanto de la entidad federal a la cual pertenecen y, por ende, de la Nación.

            Los archivos, por su propia naturaleza, son consustanciales con la gestión gubernamental, son parte legítima y necesaria para el funcionamiento del Estado; constituyen una herramienta indispensable para la gestión económica, política, administrativa, cultural y judicial del mismo; son testimonios de los hechos y las obras, documentan las personas, garantizan sus derechos y  deberes y las relaciones con otros organismos e   instituciones. Como centros de información institucional contribuyen a la eficacia y seguimiento de la gestión municipal al servicio de los ciudadanos.

            Con estas afirmaciones, invitamos a los alcaldes y demás funcionarios de las Alcaldías del Estado Mérida a velar por la organización y conservación de los documentos municipales, parte muy importante del patrimonio histórico de los pueblos, fuentes primarias para la elaboración de su historia  y como prueba de los hechos de los municipios que deben enseñarse en centros educativos, especialmente en escuelas y liceos, en resumen, su memoria histórica.

            Aprovecho la oportunidad para manifestar a los señores alcaldes que el personal del Archivo General del Estado Mérida  ofrece su experiencia en relación con la capacitación para organizar y preservar estas fuentes documentales, que debemos cuidar para la posteridad.

Boletín de la DPP Archivo General del Estado Mérida N° 11, enero - diciembre 2015


                                               DPP ARCHIVO GENERAL DEL ESTADO MÉRIDA
                                                                             HOMENAJE A
                                                                   Dn. FRANCISCO DE MIRANDA

GOBERNACIÓN DEL ESTADO MÉRIDA
GOBERNADOR
Alexis Ramírez
º
SECRETARIO GENERAL DE GOBIERNO
Luia Enrique Martinez Rico

DIRECCIÓN DEL PP ARCHIVO GENERAL DEL ESTADO MÉRIDA
DIRECTORA
Milagros Contreras Dávila
º
COMISIÓN DE ARBITRAJE
Gloria Caldera (Universidad de Los Andes (ULA)
Isaac Abraham López (ULA)
Licda. Belis Araque Calderón
Robinzon Meza (ULA)
º
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
Baldovino Ramírez (DPPAGEM)
º
ARCHIVO GENERAL DEL ESTADO MÉRIDA
Av. 3, # 33-61, entre calles 33 y 34. Sector Glorias Patrias.
5101. Mérida Estado Mérida. Venezuela
TLF:0274-2623286 FAX: 0274-2620720
Depósito Legal pp. 97-0062

                                                                                  Sumario
Presentación.............................................................................................................. 9
Articulos
España y América en la Época de Francisco de Miranda. (1750-1816)
Yuleida Artigas D. ................................................................................................... 11
Miranda: Investigador Cultural.
Pedro José Paredes................................................................................................ 27
Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano.
Lcda. Francisca Rangel........................................................................................... 53
Apoteosis del Precursor de la Independencia de la América del Sur,
Francisco de Miranda en Mérida. (1896)
Zoraima Guédez Yépez........................................................................................... 61
Francisco de Miranda: un apasionado de los poemas homéricos.
Jesús Darío Lara Rincón.......................................................................................... 67
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                                                                PRESENTACIÓN
 
Este Boletín N° 11 del Archivo General del Estado Mérida recoge trabajos presentados en el IV Simposio «Los Archivos y la Investigación Histórica», realizado en julio de 2006, en homenaje a nuestro Prócer Dn. Francisco de Miranda, político, escritor, diplomático, viajero incansable, ideólogo de la revolución americana o como se le conoce «Precursor de la emancipación americana». Sus ideales revolucionarios se desarrollaron definitivamente en un período de cambio de dinastía en España, los Austrias por los Borbones, lo cual influyó notablemente en el desarrollo de los asuntos de gobierno americanos, especialmente en materia política, social y económica. Las reformas borbónicas impusieron un cambio de mentalidad con las consecuencias conocidas en la vida de españoles y americanos. En este contexto aparece la figura de Dn. Francisco de Miranda, tema desarrollado de manera puntual por la Prof. Yuleida Artigas con su trabajo España y América en la época de Francisco de Miranda 1750-1816.
Otro tema importante es el desarrollado por el Lcdo. Pedro José Paredes titulado la Primera Forma-ción Intelectual de Dn. Francisco, teniendo en cuenta «su «pasión por la investigación cultural» en tres períodos bien delimitados: Bajo la Corona Española (1771-1783), Estados Unidos en su Experiencia de Investigador y Revolucionario (1783-1784) y Viaje de Ilustración (1784-1789), considerados los más importantes de su vida, que influyeron en el Miranda revolucionario.
Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano de la Lcda.Francisca
Rangel con el propósito de examinar esta cualidad en algunos personajes históricos, «…asi como la percepción que tiene la comunidad andina sobre el culto a los héroes libertarios, tales como Miranda y Bolívar».
También incluye este número el trabajo titulado «Francisco de Miranda: un apasionado de los poemas homéricos» del Lcdo. Jesús Darío Lara Rincón del Grupo de Investigación y Estudios sobre
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Historia Antigua y Medieval y del Grupo de Investigación en Ciencias Fonéticas ULA. Aborda su pa-sión por la literatura y la filosofía, especialmente las grecolatinas, base fundamental de sus ideas inde-pendentistas y de sus testimonios escritos, en los cuales reconoce «… el valor que tuvieron en su prepa-ración personal desde los tiempos juveniles».
Apoteosis de Francisco de Miranda, Precursor de la Independencia de la América del Sur, Mérida, 1896, de la Lcda. Zoraima Guédez Yépez. Afirma que en 1895 el Presidente de Venezuela Joaquín Crespo decretó la celebración del centenario del Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. Entre los actos programados se incluyó la erección de un cenotafio en el Panteón Nacional en homenaje a Francisco de Miranda y una Apoteosis del Precursor de la Independencia de la América del Sur, a rea-lizarse en todo el territorio nacional en el marco de la celebración de la independencia de Venezuela. Al efecto, se crearon juntas principales y subalternas en los estados y los distritos. El Estado Los Andes (Mérida) se hizo eco del decreto presidencial y dictó las medidas pertinentes para que la celebración tu-viera la fastuosidad que merecía. En el artículo se da cuenta de los actos conmemorativos en la ciudad de Mérida.
Para finalizar, quiero reiterar el agradecimiento del personal del Archivo General del Estado Mérida a profesores y estudiantes de la Escuela de Historia, especialmente a los señores directores, cu-yas gestiones han sido fundamentales para desarrollar estas Jornadas durante algunos años.
Milagros Contreras Dávila
Directora del Archivo General del Estado Mérida
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                                                                 ESPAÑA Y AMÉRICA
                                           EN LA ÉPOCA DE FRANCISCO DE MIRANDA.
                                                                         1750-1816


 
Prof. Yuleida Artigas D.*
Universidad de Los Andes, Venezuela
Resumen: El siglo XVIII implicó para España no solamente un cambio de dinastía para la ocu-pación del trono, sino de rumbo en su política, economía y sociedad. Ese cambio en el trono español a principios del setecientos, con la suplantación de la Casa de Austria por la casa de Borbón -de origen francés-, tuvo repercusiones no solo en territorios de España peninsular, si-no también en sus posesiones ultramarinas americanas, donde se produciría una serie de cam-bios sustanciales con la implementación de las reformas borbónicas del Despotismo Ilustrado español, ideas y acciones que tendrían profundas repercusiones en los más preclaros hombres de las tierras allende del Atlántico, tal es el caso de Francisco de Miranda.
Hispanoamérica representaba en el siglo XVIII parte fundamental para la ejecución de las nuevas políticas, pues eran potenciales productores de materia prima y mercado cautivo para los productos que se originarían en la metrópoli, con la puesta en práctica de las reformas económicas, y que impulsarían el despliegue de la burguesía y el incremento de las fuentes de riqueza. Los reinados de Felipe V y Fernando VI en la primera mitad del setecientos, permitie-ron vigorizar la economía y vitalizar la estructura política, además de mejorar las condiciones
 Profesora Asistente de la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes, Lic. en Historia y Abogada (ULA), Magíster en Historia de Venezuela (UCAB), Candidata a Doctora en Historia (UCAB), Integrante del Grupo de Investigación sobre Historiografía de Venezuela ULA, del Programa de Estímulo a la Inno-vación e Investigación-ONCTI (Investigadora C) y del Programa de Estímulo a la Investigación ULA (2005-2015). Directora de la Revista Presente y Pasado. Revista de Historia. Co-autora de Linajes de la elite colonial Merideña: los García de Gaviria y los Avendaño. (Siglos XVI y XVII), de Los Estudios Históricos en la Universidad de Los Andes. 1832-1955 y de Tras la gracia del Rey. Los Procuradores de Caracas ante la Corona española en el siglo XVII, y autora de artículos de su especialidad, publicados en revistas arbitradas e indexadas. Ponente en eventos nacionales e internacionales. Email: yuleida2arti-gas@hotmail.com.
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sociales de los españoles en esa centuria. No obstante, es a partir de 1759 con el de Carlos III que se implementan las medidas de mayor trascendencia para España y América, con un rigor y firmeza que no lograron mantener su hijo Carlos IV y su nieto Fernando VII, pues también de-bieron ajustar sus políticas; debido al impacto que causó en toda Europa la Revolución France-sa, la invasión napoleónica a territorios hispanos y la rebelión de sus colonias americanas, cu-yos primeros destellos se dieron en costas occidentales de tierra firme panvenezolanas; liderada por un hombre de su época, que percibió con justeza y claridad los grandes cambios ideológicos y políticos que se producían en Europa y que se avecinaban en América: Francisco de Miranda.
Palabras Clave: Francisco de Miranda, Reformas Borbónicas, España, América, Ilustración.
Yuleida Artigas D. ESPAÑA Y AMÉRICA EN LA ÉPOCA DE FRANCISCO DE MIRANDA. (1750-1816)
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                                                                        ESPAÑA Y AMÉRICA
                                                          EN LA ÉPOCA DE FRANCISCO DE MIRANDA.
                                                                                1750-1816

Prof. Yuleida Artigas D.
España: Cambio de dinastía y destino
El siglo XVIII implicó para España, no solamente un cambio de dinastía para la ocupa-ción del trono, sino de rumbo en su política, economía y sociedad. Con el ascenso al poder monárquico de una rama de la casa Borbón de Francia, a través de Felipe V o de Anjou, y aún en el fragor de la guerra de Sucesión entre Francia y España, en contra de las potencias europe-as de Austria, Inglaterra, Portugal y Alemania; la nueva dinastía comenzó a implementar una serie de medidas, conocidas como reformismo borbónico, que se aplican durante el período en el trono de Felipe V desde 1700 hasta 1746, fecha en que asume el poder su hijo Fernando VI, por la muerte de su hermano Luis. Ese conjunto de medidas estaban impregnadas de las ide-as ilustradas, que tenían vigor y apogeo en la Francia de Luis XIV, mucho antes que su dinastía ocupara la corona española a través de su nieto Felipe de Anjou.
Fernando VI asciende a la corona hispana en medio de grandes expectativas, pues las reformas ejecutadas por su padre habían permitido y logrado, no sólo centralizar el poder espa-ñol a través de los Decretos de la Nueva Planta (1716), sino vigorizar el motor de la economía y vitalizar la estructura política, además de mejorar las condiciones sociales de los españoles en la primera mitad del setecientos. No obstante a tan óptimas condiciones, el período de gobierno que inicia Fernando VI en 1746 hasta 1759, es conocido por la Historiografía como de transi-ción o puente hacia el período clave para los borbones españoles del siglo XVIII: el de Carlos III, esplendor que difícilmente lograron mantener su hijo Carlos IV y su nieto Fernando VII, quienes debieron ajustar sus políticas, por el impacto que causó en toda Europa la Revolución Francesa.
1 Ideas tomadas de la obra de Antonio de Ubieto; Juan Reglá y otros: Introducción a la Historia de España;
pp. 435-452.
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En el plano económico y social, en la segunda mitad del siglo XVIII la agricultura espa-ñola vive la mejor época en siglos, período dorado de la agricultura latifundista que otrora había perdido fuertes batallas en contra de la ganadería representada por la Mesta; cuyos poderes no fueron suprimidos pero si limitados. No obstante este progreso agrícola, se debió más a la ex-tensión que a la intensificación de las labores. Otro elemento de la economía que experimenta grandes avances es el comercio, impulsado por el crecimiento agrícola e industrial que se pro-ducía en algunas regiones españolas como Cataluña y en las Indias Americanas; además de los efectos de la creación de las grandes compañías de comercio como la Guipuzcoana, la de Mani-la y la de Las Antillas; del decreto de libre comercio con América, dispuesto por Carlos III en 1778; y por supuesto, por acciones elementales como la mejora de las vías de comunicación interna y el impulso de la industria de fabricación naviera. Sin duda alguna, las ciudades más favorecidas con el crecimiento comercial y mercantil fueron Cádiz y Barcelona y las del norte, desde donde iniciaría España su proceso de Revolución Industrial.
Esa época expansionista de la economía española que se inicia con Fernando VI y pro-duce sus mayores beneficios con Carlos III, sufre ciertos reacomodos en el reinado de Carlos IV, quien enfrentó una acentuada inflación, originada por un conjunto de fuerzas que se genera-ron en el seno de la sociedad y gobierno hispano. La burguesía comenzaba a desplegarse y se vivía la crisis del Antiguo Régimen, que se incrementa al hacerse tangible el rompimiento del régimen feudal en el campo y del régimen gremial en las ciudades, por el dualismo entre el cen-tro político de España y la consolidación de la fuerza económica en Cataluña y el Norte, aunado al elevado crecimiento demográfico que experimentó la población española en el XVIII.
Desde el punto de vista social, los grupos privilegiados conservaron sus prerrogativas a lo largo del siglo, hasta que se produce la revolución de principios del XIX en España. En la época de Fernando VI no se crearon tantos títulos como en la de su padre –200 sólo en Castilla- pues, aquel sólo confirió dos, en oposición a la prodigalidad de Carlos III y Carlos IV. Sin em-bargo, a pesar de los nuevos títulos de nobleza, dicha condición no fue tan ansiada como en los siglos anteriores. Los títulos de hidalguía perdieron importancia a la par de la que perdió el honor, como elemento fundamental de la mentalidad de la sociedad española. Además, esa
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menguada aristocracia tomó parte en los dos bandos formados después de la Revolución Fran-cesa: los francófilos antes del proceso revolucionario, y los anglófilos en apoyo a los contrarre-volucionarios. Dentro de ese estamento noble debe considerarse el eclesiástico, el cual se vio afectado fundamentalmente por el regalismo borbónico que pretendía despojar a la Iglesia Católica española de los privilegios y riquezas patrimoniales de las que habían disfrutado du-rante siglos.
Las ideas propias del Despotismo Ilustrado español y su franco respaldo al desarrollo económico, permitió el surgimiento y consolidación de la burguesía y las clases medias hispa-nas en la segunda mitad del siglo XVIII, fundamentalmente en las regiones periféricas y en ciu-dades como Madrid, Sevilla y Cádiz. Esas medidas tomadas por los reyes borbones, entre las que destaca la desaparición de la ―deshonra legal‖ -en el marco de la crisis del Antiguo Régi-men-, aupó el crecimiento de los grupos de artesanos y labradores, quienes estaban llamados a jugar un rol de primer orden en el nuevo régimen económico de productividad agrícola e indus-trial impulsado por los déspotas ilustrados de España. De ellos, son los labradores el grupo so-cial que mayor crecimiento experimentó, sobre todo en la segunda mitad de la centuria, aunque poco pudieron deslastrarse del atraso unipersonal sus integrantes. Además de esos grupos, exist-ían en la Península elementos que ocupaban los estamentos inferiores de la sociedad española, integradas por esclavos, mendigos, gitanos, taberneros, carniceros, curtidores, entre otros; quie-nes llegaron a la alarmante cifra de 140.000 en la época de Carlos IV, según lo expresó su pro-pio Ministro Campomanes.
Atendiendo al desarrollo de la política interna, los borbones desde Fernando VI –incluso desde la época de su padre, Felipe de Anjou- hasta Carlos IV, tuvieron que enfrentar a dos sec-tores de opinión: a los Reformistas y a los enemigos de las reformas. Los primeros tuvieron en sus filas a ―revolucionarios‖ como el Conde de Aranda; a ―cristianos ilustrados‖ como los influ-yentes Campomanes, Floridablanca y Jovellanos, y a los ―tradicionales‖ como Andrés Piquer. Entre sus enemigos, por fortuna para los reformistas, no existieron personalidades relevantes. Durante la época de Fernando VI tuvo un gran protagonismo Zenón de Semodevilla, marqués de la Ensenada, discípulo y colaborador de uno de los principales Ministros de Felipe V, el
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célebre José Patiño. Sin embargo, el marqués emprende todo un plan de reformas que se con-cretarán efectivamente bajo el gobierno de Carlos III, el cual puede dividirse desde el punto de la política interna en tres grandes etapas2: una primera que va desde 1759 hasta 1766 en la cual se retoman e imprime mayor intensidad a las medidas del marqués de la Ensenada, que abarcan aspectos urbanos, hacendísticos, económicos y costumbristas; reformas que tocaron las fibras más sensibles de la aristocracia española, los gremios mayores de Madrid y el alto clero, desem-bocando en la segunda etapa, ese mismo año de 1766, con el motín de Esquilache –nombre de uno de los Ministros de Carlos III- en Madrid, y que se extendió a otras ciudades de la Penínsu-la, bajo el emblema de ¡Viva el rey y muera Esquilache¡ Y, desde 1766 hasta 1788, en la etapa final del reinado de Carlos III la tercera, que se caracteriza por las grandes reformas impulsa-das por sus destacados colaboradores Campomanes, en el Consejo de Castilla y Floridablanca a la cabeza de la Secretaría de Estado, eje fundamental que le permitió al rey aplicar las reformas, según su temple y matiz.
Es la época del decreto de Libre Comercio con las Américas (1778); del regalismo borbónico con la expulsión de los jesuitas de territorio español y americano (1767); de la funda-ción de la primera entidad bancaria española –el Banco de San Carlos (1782)-; de la abolición de la ―deshonra legal‖ que anteriormente recaía sobre artesanos y empresarios por la práctica de oficios manuales o comerciales (1783); del impulso de la agricultura y la industria, con la pro-mulgación de la ley de 4 de julio de 1765 que dispuso la libertad de comercio interior de los ce-reales; y de la revalorización de las libertades del municipio español, con la vigorización de la autoridad del Corregidor y de los Alcaldes Mayores; y la aparición por elección popular de los Diputados del Común y del Síndico Personero.
En 1788 asciende al trono español Carlos IV, justo un año antes de los sucesos de la Re-volución Francesa, suscitando una mayor presencia de los opositores de las reformas borbóni-cas, hasta el final de su reinado en 1808, quienes obligaron a los colaboradores y ministros del rey, a asumir una oposición más moderada y menos ilustrada, por el temor a que se repitiesen en España acontecimientos parecidos a los de su país vecino. El conde de Floridablanca conti-
2 Ibíd.; pp. 456-457.
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nuó en el poder con Carlos IV hasta 1792, cuando lo sucede el conde de Aranda, hombre com-prometido con la política del predecesor del rey, Carlos III. Por ello, Aranda sale el mismo año de su nombramiento como Ministro de la Secretaría de Estado, y es convocado el favorito de la reina María Luisa, Manuel Godoy y Álvarez de Faría, fiel adversario de las ideas ilustradas, y quien ostentaría un inmenso poder durante el reinado de Carlos IV. A su lado también estaría un hombre de gran protagonismo, por su valor para enfrentar problemas tan álgidos como la refor-ma agraria, la reforma universitaria y el congelamiento de la Inquisición; este fue el Ministro de la cartera de Gracia y Justicia, Gaspar Melchor de Jovellanos, quien terminaría en el destierro.
En el reinado de Carlos IV o de la dictadura de Godoy, se enfrentaron algunas intento-nas revolucionarias como la llamada conspiración del cerrillo de San Blas, dirigida por Picor-nell; la revuelta de los ―Privilegiados‖ sofocada por el Ministro en su primera fase en El Esco-rial, en octubre de 1807; pero favorable a sus adversarios en el motín de Aranjuez en marzo de 1808. Este motín organizado por los grandes y títulos de España y con la participación decisiva del pueblo, obligó a Carlos IV a abdicar a favor de su hijo Fernando VII, quien comenzó así un interregno de pocas semanas hasta el alzamiento nacional que se generó en mayo de ese año, frente a las fuerzas de ocupación extranjeras comandadas por Napoleón Bonaparte, quien apro-vechando el espectáculo protagonizado por la familia real española, decidió la sustitución de los borbones españoles, por su hermano José Bonaparte, con la finalidad de incorporar a España al sistema de Estados pro franceses; con la anuencia de Carlos IV, Fernando VII y el resto de la familia real. No obstante, la oposición del pueblo español fue general contra el invasor francés, creándose juntas en las principales ciudades de la península, dándose inicio a la denominada ―Guerra por la Independencia‖ que se extendería hasta 1814, con la vuelta al trono de Fernando VII, quien no supo enfrentar el problema constitucional planteado desde antaño a la sociedad y Estado españoles; sino que además de la crisis interna de la península, recibía a las posesiones hispanas ultramarinas en América en pleno estado levantisco contra la Corona que representaba, luego de más de tres siglos de dominación, condición que España no recuperaría jamás.
En el ámbito de la política internacional, desde 1750 hasta el regreso al trono de Fer-nando VII en 1814, la corona española mostró una actitud expresamente neutral en el reinado
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de su homónimo Fernando VI, manteniendo las recomendaciones del Ministro de su padre, José Patiño: ―aislamiento y pacifismo frente a la situación internacional‖. Carlos III centró su aten-ción en el resguardo y defensa de las posesiones territoriales americanas, para cortar el paso al imperialismo británico en América, por lo que realiza el tercer pacto de familia entre las dinast-ías borbónicas francesa y española. Con Carlos IV eclipsó este sistema de equilibrio y se produ-jo la alianza ideológica con la Europa legitimista; pero por la alianza con Francia, que implica-ba la reanudación de los pactos de familia, se involucró a España contra Inglaterra, a la cual le declaró la guerra en 1804, presagio de la derrota de las tropas españolas en Trafalgar en el oto-ño de 1805.3
América: Reformismo Borbónico, preludio de independencia4
El cambio de dinastía en el trono español a principios del setecientos, con la suplantación de la Casa de Austria por la casa de Borbón -de origen francés-, no tendría repercusiones solamente en territorios de España peninsular, sino también en sus posesiones ultramarinas americanas, donde se producirían una serie de cambios sustanciales con la implementación de las reformas del Despotismo Ilustrado español. Hispanoamérica comienza a experimentar en el siglo XVIII una época de fuerte expansión, en contraste con la decadencia de la centuria inmediatamente anterior. Estos territorios constituían parte fundamental para la puesta en práctica de las nuevas políticas, pues eran potenciales productores de materia prima y mercado cautivo para los pro-ductos que se originarían, con la aplicación de las reformas económicas en la metrópoli, y que impulsarían el despliegue de la burguesía y el incremento de las fuentes de riqueza.
Para mediados de esa centuria decimoctava la población hispanoamericana se calculaba en unos quince millones de habitantes y dieciocho para finales, casi el doble de la peninsular. Los principales asentamientos estaban en los Virreinatos de la Nueva España o México y en el del Perú. La inmigración de españoles a América experimentó cierto crecimiento, con la varian-
3 Estos aspectos se encuentran tratados sucintamente en el trabajo de artículo Antonio Domínguez Ortiz
y Antonio Luis Cortés Peña: “La Política Exterior”, en Historia de España, N° 8 (Madrid, diciembre de
1981), Año VI-Extra XX; pp. 29-49.
4 Mario Hernández Sánchez-Barba: ―América Española‖, en Historia de España, N° 8 (Madrid, diciembre
de 1981), Año VI-Extra XX; pp. 11-129.
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te de que, precisamente por una medida real, se autorizó el traslado a estos territorios de los súbditos de la antigua corona de Aragón. Además del crecimiento demográfico de la población americana en dicha centuria, hay un elemento de la mentalidad y espiritualidad de su sociedad, que emerge con gran fuerza desde las primeras décadas del siglo y que se acentúa a partir de la segunda mitad: la ―conciencia criolla‖, representativa de una burguesía que menospreciaba a las clases mestizas y miraba con recelo a los funcionarios españoles peninsulares, quienes ejercían los principales cargos de la administración pública en América. Esa maduración de la sociedad colonial hispanoamericana conllevó a la fragua de un pensamiento revolucionario, que se mani-festó de dos maneras: emancipación o autonomía e independencia o autodeterminación.
El resultado del proceso de mestizaje que tenía más de dos siglos gestándose en Améri-ca española, originó la constitución de las llamadas ―castas coloniales‖ de muy variada gama, o como un mosaico étnico que acogió hasta dieciséis variables y dio paso al surgimiento de los ―Pardos‖, quienes con la desaparición de la ―deshonra legal‖, decretada por Carlos III para aquellos grupos de artesanos, comerciantes o quienes practicaban oficios burgueses; le permitió a esa casta, cuyos integrantes realizaban la mayoría de dichas labores, incrementar su poder económico y las posibilidades de ascenso social. Así, se constituyó una sociedad integrada fun-damentalmente por blancos peninsulares, blancos criollos, blancos de orilla (sin riquezas patri-moniales ni preeminencia social), pardos, indígenas y negros esclavos.
En el campo económico5, América española disfrutó de los innumerables beneficios de-rivados de la aplicación de las reformas borbónicas, sobre todo después de la segunda mitad del siglo XVIII. La agricultura aumentó la producción considerablemente, en particular por la ex-plotación de rubros como la caña de azúcar, el algodón y el café. Se produce el crecimiento de la ganadería a gran escala, ejerciendo un rol protagónico el vaquero al norte de Hispanoamérica y el gaucho en las pampas del sur. Con la mejora de las técnicas para la extracción de metales preciosos, se produjo un revivir de la minería en esa centuria.
Conviene señalar, a una de las reformas que más impulsó la economía americana, la li-
5 Antonio de Ubieto; Juan Reglá y otros: Op. Cit.; pp. 498-502.
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bertad de comercio decretada por Carlos III en 1778; propiciando las relaciones comerciales entre las distintas regiones de España con América, y entre las distintas regiones americanas, lo cual propulsó a su vez el crecimiento de la producción, por la elevada demanda de los nuevos mercados. Además, con la creación desde la época de Felipe V, de las reales compañías de co-mercio: la de Caracas, posteriormente la Real Compañía de Filipinas y la de Las Antillas. Ahora bien, toda esa expansión económica de América se dio paralelamente y como consecuencia lógica del reformismo borbónico en lo político, religioso, militar, hacendístico y territorial.
En 1738 fue restablecido el Virreinato de la Nueva Granada, anteriormente instituido en 1717, que tendría bajo su jurisdicción político administrativa a los territorios de las actuales re-públicas de Colombia, Venezuela y parte del Ecuador. Su creación respondía fundamentalmente a la necesidad de resguardo del istmo de Panamá. En 1776 se creó el Virreinato del Río de La Plata, como un mecanismo de control y salvaguarda de los territorios al sur del continente, ce-rrando todo acceso a la desembocadura del Plata y cortando cualquier amenaza de penetración extranjera por esa vía, al interior del mismo. Otra medida de Carlos III para incrementar la ca-pacidad defensiva de su imperio colonial americano, fue la creación de la Capitanía General de Chile, independiente de Lima, la cual vigilaba el acceso al Pacífico a través del estrecho de Ma-gallanes; y la Capitanía General de Venezuela en 1777, para reforzar la vigilancia del mar Cari-be.
En el mismo orden, a partir de 1768, se hizo extensivo a las Indias el sistema de Inten-dencias de Ejército y Real Hacienda, como medio de conexión directa entre el poder central y el local. Esta institución se diseminó a lo largo y ancho de territorio americano; inmediatamente se establecieron 12 en México, 8 en Perú, 8 en el Río de La Plata, 1 en Venezuela (1776). Ocupa-ban un lugar privilegiado dentro de la estructura burocrática gubernativa en América, pues sólo estaban subordinados a los Virreyes y por encima de los Capitanes Generales y Gobernadores, aunque administraban circunscripciones de menor tamaño, con el goce de poderes en lo finan-ciero, económico, hacendístico, militar y de policía general; así como también tenían la respon-sabilidad de intervenir contra los abusos hacia la población indígena.
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Otra medida implementada en la Península y trasplantada a territorios americanos fue la de las Visitas, con la que se trataba de alcanzar un control efectivo sobre las autoridades desig-nadas por la Corona para la administración territorial y de las Intendencias. Los funcionarios encargados de ejecutarlas o Visitadores, eran militares que reunían en sus cargos las funciones de justicia, policía, abastos y finanzas del ejército; implicando una superposición respecto a los campos operativos de los funcionarios visitados.
No sólo en el campo material América experimentó cambios sustanciales a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, por el acentuado interés impreso para esta época a la aplicación de las reformas borbónicas. En lo espiritual y religioso se vivieron situaciones difíciles en estos territorios, como consecuencia del regalismo del despotismo ilustrado español, se produjo la expulsión de los Jesuitas del continente americano en 1767, misiones que habían contribuido a la expansión territorial del imperio, fundando poblaciones durante toda la centuria, particular-mente en la Vieja California y Arizona. En la América del Sur se opusieron a la progresión de los portugueses hacía el río de La Plata, y en 1726 fundaron la ciudad de Montevideo. Así mis-mo, otra orden religiosa que tuvo un papel protagónico en territorio americano fue la de los Franciscanos, quienes progresaron también al norte de Mesoamérica, en la Nueva California y en la costa del Pacífico, donde fundaron las poblaciones de San Blas, Monterrey y San Francis-co.
En el ámbito cultural América experimentó un fuerte impulso, pues después de la segun-da mitad del setecientos se concretó la fundación de universidades en las ciudades de Chile, La Habana y Quito. Por iniciativa del Secretario del despacho universal de Indias, José de Gálvez, se creó en México una Escuela de minas y un Jardín botánico. La imprenta, elemento funda-mental para la difusión de las ideas, se creó en la Nueva Granada en 1777 y en Buenos Aires, en 1779. Los rotativos El Diario Literario y La Gaceta Literaria aparecieron por primera vez en México en 1768 y 1788 respectivamente, propiciando la difusión de las publicaciones periódi-cas a lo largo y ancho del territorio americano.
Sin duda alguna, el efecto del conjunto de medidas o reformas promulgadas para Améri-
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ca por los gobiernos borbónicos desde los albores del siglo XVIII, al amparo de la corriente fi-losófica del racionalismo y la ilustración, no sólo fomentó el desarrollo y progreso material de estos territorios, sino la centralización y control político y administrativo de la Corona sobre los mismos, lo cual fue gestando una conciencia emancipadora que se mostraría en avanzado esta-do de formación en las postrimerías de esa centuria, la cual, aunada a la crisis de poder del tro-no español derivada de la agresión napoleónica, degeneraría en la guerra por la emancipación americana de la metrópoli en las primeras décadas del siglo siguiente. No cabe duda que la su-bordinación a la nueva estructura provincialista que imponía la instauración de las Intendencias, fue abiertamente rechazada por los cabildos con acentuada oposición, por percibirse como nue-vas fórmulas de control y dominio directo e indirecto; y como ejemplo claro encontramos los acontecimientos ocurridos en Caracas en el período histórico que abarca desde 1776 hasta el 5 de julio de 1811.
Todo ese conjunto reformista ocasionó una serie de movimientos en territorio america-no, como respuesta a los privilegios afectados o disminuidos: en contra de los sistemas imposi-tivos y tributarios; contra la actuación de determinados funcionarios de ámbito provincial o lo-cal y contra los sistemas laborales y de salarios. Esas protestas comunales se iniciaron con la más importante rebelión producida en América en el siglo XVIII, la de Tupac Amaru en el Perú. En las dos últimas décadas de la centuria, las revueltas derivadas de las visitas de Areche, en el mismo Virreinato peruano; la de Gutiérrez de Piñeres en el Virreinato del Nuevo Reino de Granada y la de García de León Pizarro, en la Audiencia de Quito. Otro movimiento de resis-tencia popular frente a la nueva tributación reformista fue el de Los Comuneros de la región neogranadina del Socorro. Al extremo de la onda de resistencia contra algunas consecuencias de las medidas borbónicas, se produjo en México, dirigido a alcanzar los mismos objetivos, un movimiento general de protesta popular y religioso, protagonizado y encabezado por el cura Miguel Hidalgo, quien inició una trágica marcha contra la ciudad de México, siguiendo la ima-gen de la Virgen de Guadalupe.
Estos movimientos tuvieron un caldo de cultivo propicio para su gestación y expresión. El esquema del racionalismo crítico feijoniano penetró el ambiente intelectual americano desde
Yuleida Artigas D. ESPAÑA Y AMÉRICA EN LA ÉPOCA DE FRANCISCO DE MIRANDA. (1750-1816)
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mediados del siglo XVIII, fundamentalmente en virtud de las ideas de renovación y libertad, secularización y criticismo. Entre los principales representantes americanos de dicho esquema encontramos a Andrés de Guevara y Juan Benito Díaz Gamarra en México; Baquijano y Carri-llo en el Perú y Baltasar Marrero en Caracas. El ambiente produjo la maduración de la opinión pública, que contó a su vez con el apoyo del desarrollo de una extensa red de comunicaciones postales terrestres y navales, con la aparición regular de periódicos, la formación de bibliotecas y de la inquietud de las nuevas generaciones por temas especulativos, de crítica científica y del pensamiento ilustrado.
Francisco de Miranda: Español, americano, colombiano...6
Junto con el ambiente creado en España y América con las reformas borbónicas, se pro-dujeron dos acontecimientos internacionales que tuvieron un gran efecto ideológico en las cla-ses criollas americanas a finales del siglo XVIII: La Revolución de la Independencia Norteame-ricana (1776) y la Revolución Francesa (1789). Era la época de nacimiento y crecimiento de un grupo de jóvenes americanos que tendrían un protagonismo clave en el futuro desarrollo de las guerras por la emancipación hispanoamericana, tales como Francisco de Miranda, Simón Rodrí-guez, Simón Bolívar, Manuel Gual y José María España, entre otros. El primero de ellos daría el campanazo más preclaro a las autoridades españolas el 12 de marzo de 1806, cuando desem-barca en Coro con intenciones independentistas. Cuatro años más tarde sería de Caracas la ciu-dad de donde partiría un movimiento precursor de la independencia de los países americanos sujetos a la corona española. El 19 de abril de 1810, marcaría el inicio del difícil proceso de ruptura americana con el orden colonial.
Miranda fue un hombre que entendió profundamente dichos efectos, además de vivir las consecuencias y cambios suscitados por la realidad política, económica, social, cultural y espiri-tual que experimentaron España y América con la implementación de todas esas medidas refor-mistas que tienen su mayor impacto, precisamente después de 1759, con la subida al trono de Carlos III, justo cuando era un niño, y que años más tarde comenzaría a comprender con gran
6 José Luis Salcedo Bastardo: “Francisco de Miranda”, en Diccionario de la Fundación Polar; pp. 173-177.
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amplitud, con la importancia de dichos acontecimientos para su época. De padre canario (Sebastián de Miranda Ravelo) y madre caraqueña (Francisca Antonia Domínguez de Espino-za), llevaba en sus venas sangre española peninsular y americana, pero fue forjando en su mente y consolidando en su corazón una concepción y sentimiento de pertenencia colombiana -tal co-mo el definía a América-, y por ende, deseando la independencia y libertad de todos los territo-rios desde el río Mississipí hasta el cabo de Hornos.
Francisco de Miranda se involucró con las ideas de su época: estudió en Madrid (1771), sirvió en el ejército real español en el norte de África, leyó y conoció el pensamiento ilustrado y el enciclopedismo, las ideas que sustentaron las Revoluciones norteamericana y francesa; además de tratar y servir a los personajes más importantes de entonces: Washington, Bolívar, Napoleón, Bello, O Higginis, Sucre, Catalina de Rusia, Luis Felipe, Wellinton, Dantón, San Martín, Nariño, Montufar y Rocafuerte, entre otros. Sin duda alguna, fue un hombre cuyos orí-genes y acontecimientos de su tiempo forjaron su idea vital: la independencia y libertad del con-tinente colombiano, americano.
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MIRANDA: INVESTIGADOR CULTURAL.
Lic. Pedro José Paredes.
BAJO LA CORONA ESPAÑOLA (1771 – 1783).
Primera Formación Intelectual.
Miranda quiso trascender en la historia y lo logró consolidando una personalidad de hombre universal forjada a través de su pasión por la investigación cultural, la cual comprende tres períodos importantes: Bajo la Corona Española (1771-1783), Estados Unidos en su Ex-periencia de Investigador y Revolucionario (1783-1784) y Viaje de Ilustración (1784-1789).
La etapa de investigador cultural, que abarca diecisiete años, es la más importante de su vida, la piedra angular de su personalidad, de su figura heroica. Sin la formación de esta etapa, tan única y curiosa, no hubiese existido un Miranda revolucionario de cualidades extraordina-rias y una textura de hombre universal, paradigma de América, quijote de la libertad que formó a sus Sanchos para la emancipación hispanoamericana. Fueron diecisiete años entregados a la formación cultural, atesorando magistralmente un universo de conocimientos para construir su edificio de gloria.
Francisco de Miranda, hijo del canario don Sebastián de Miranda y la criolla doña Francis-ca Rodríguez, nace en un siglo histórico, en un tiempo de cambios importantes en el mundo, pero nace en Caracas, pequeña ciudad venezolana, colonia del imperio español, en donde los españoles peninsulares y criollos subestimaban al español canario. Este era el caso de don Se-bastián de Miranda, sin embargo, su hijo estaba predestinado para ser grande y demostrarle al grupo de ―mantuanos‖ que el prestigio intelectual, indudablemente, sobrepasa la vanagloria de las castas y abolengos. Miranda nació para ser un hombre único, él y su mundo, un revoluciona-rio auténtico quien no se detuvo ante los obstáculos para ir tras el triunfo, porque en él se estaba creando el modelo de hombre universal que se prepara para iluminar a la sociedad con sus ta-
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lentos, virtudes y cualidades ingentes. Miranda fue más que un quijote, fue la auténtica realidad de un hombre que logró ser varios a la vez, o mejor dicho, el hombre universal que todo lo su-fre, lo aprende, lo indaga, lo vive y lo ejecuta. El sabio Lavater quien conoció a Miranda en Europa lo definió así: ― Miranda encierra un mundo de hombres en sí mismo”.
Allí en su Caracas rural, el joven venezolano comienza a demostrar sus capacidades intelec-tuales, se gradúa de bachiller en Artes en la Universidad durante seis años. Cursó lo que hoy se podría llamar un bachillerato esquemático y simple, reducido a tres años de latín, retórica latina, algo de matemática y de geografía; y tres años de filosofía: lógica, física y metafísica. Y aunque se quedó sólo con su Bachillerato en Artes, estos estudios forjaron su base intelectual con la que se proyectaría al mundo de los sabios, de los investigadores, de los creadores, de los curiosos, de los visionarios, en fin, de los forjadores del mundo contemporáneo. Cabe destacar que en su formación académica, cuatro serán las materias sobre las que edificará su prestigiosa personali-dad intelectual: latín, matemática, filosofía y geografía. El estudio del latín era la asignatura básica para formar al humanista: clérigo, abogado, docente, pero Miranda lo aprovechó como una llave para conocer un poco la cultura romana y despertar la curiosidad por el estudio de los idiomas que lo convertirían en un políglota años después. La matemática, la asignatura básica de las ciencias, será fundamental en su carrera de militar. La filosofía lo conducirá por el am-plio sendero del razonamiento, del hombre crítico, del buen exégeta, del curioso hermeneuta. La geografía sembrará en él la curiosidad de observar, el vincular el espacio con el tiempo para en-tender mejor la historia.
De manera que allí en su humilde Caracas, en esa Universidad de limitadas carreras, formó las bases del investigador cultural. En sus testamentos (1805- 1810) cuando ya había formado su personalidad de hombre universal, escribe esta cláusula. “A la universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros clásicos griegos de mi biblioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de literatura y de moral cristiana que alimentaron mi juven-tud y con cuyos sólidos fundamentos he podido sucesivamente vencer los graves riesgos y peli-
Lic. Pedro José Paredes. MIRANDA: INVESTIGADOR CULTURAL.
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gros en medio de los cuales me ha colocado el destino.” Con estas palabras todo queda dicho: la Universidad formó sus principios educativos. Aquí recibió la teoría, el aliento, la inspiración que lo condujo a convertirse en el investigador cultural.
En su pequeña Caracas, como una antítesis, vino a ser su primera prisión simbólica debi-do a dos razones fundamentales: las limitadas carreras que ofrecía la universidad para esa épo-ca, las cuales para un joven como Miranda quien sentía ya fluir en su espíritu la grandeza del intelectual y la libertad plena del hombre universal que todo lo indaga, lo escudriña, lo analiza y lo ejecuta, era pues, una frustración, una prisión simbólica. Así también lo interpretaría él cuan-do, por ser hijo de canario, no le permitieron ingresar al Batallón de Blancos Criollos. Qué do-lor para el joven caraqueño quien se vio obligado a marcharse a España a satisfacer los deseos que le había negado su pequeña ciudad. Viaja por dos razones: ampliar sus estudios y servirle al rey.
Tiempo de Transformación.
El 25 de enero de 1771, con apenas veinte años y diez meses de edad, comienza la segunda etapa de su vida, la más importante, la de su madurez intelectual. Ese mismo día, como si hubiese adivinado su destino de hombre universal que llegaría a ser, comienza a llevar un diario de su vida, el mismo que muchos años después se convertiría en la “Colombeia”, en su archivo contentivo de papeles importantes, documentos, y por supuesto, apuntes de sus viajes por Amé-rica y Europa.
Llega a Cádiz, ciudad costera al sur de España. Aquí comienza el Miranda indagador a cu-riosear la cultura española. Visita con interés la gran ciudad portuaria española, su activo puer-to, sus fuertes y antiguos palacios. También revela otra cualidad que conformará o integrará su ingente personalidad de hombre universal: su elegancia en el vestir. Todo estaba de su parte: su estatura de metro ochenta, su atractivo físico y su disposición de aprenderlo todo. En esta ciu-dad gasta 888 pesos en tela de paño azul para una capa, una trencilla de oro, un par de medias de seda, dos sombreros negros, un paraguas de seda, cuatro pares de zapatos y una redecilla pa-ra el cabello. Cádiz será el principio y el fin en su vida, la alegría y su tristeza, su sueño y su frustración porque así como lo vio llegar un día joven, libre, con la pasión desbordante de ser-
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virle al rey, también lo verá llegar viejo, preso y detestando al gobierno español.
En su recorrido desde Cádiz a Madrid todo lo observa, lo admira, lo escribe como un pe-riodista crítico. Así va naciendo el Miranda del otro Continente, el hombre universal quien se instruye para multiplicarse en cualidades. En Jerez realiza la primera descripción de investiga-dor cultural que anotará en su diario sobre la iglesia La Cartuja. “ En la sacristía está una ima-gen de Nuestra Señora, hecha en Italia por Carlos Carati, maestro del Arte, y las pinturas que están en el claustro, de la vida del patriarca san Bruno, pintadas en la piedra viva, son igual-mente buenas. La pieza del refectorio es magnífica y excelente, todas sus mesas son de mármol finísimo. La portada de afuera de la iglesia es magnífica y primorosa”. En Aldea Quemada, vía Sierra Morena, visita la biblioteca del comandante quiteño don Manuel de Flórez, “sujeto de mucha instrucción”, quien le mostró “su biblioteca de libros latinos, franceses, ingleses y espa-ñoles, todos muy selectos”. Esta es su primera apreciación de una biblioteca privada de tantas que visitaría en esos diecisiete años de investigación cultural. En Madrid visita los sitios más atractivos e importantes de la ciudad: palacios, castillos, museos, bibliotecas, teatros. Admira las obras de los grandes artistas plásticos. Aquí en España comienza a atesorar los conocimien-tos de la humanidad a través de dos formas: la lectura y la observación que lo convertirán en uno de los grandes bibliófilos de su tiempo y en un curioso cronista de Europa. Todo lo quiere saber, por eso no vacila en aprender francés e inglés, los principales idiomas europeos con los que conocería las obras de los grandes autores de la Enciclopedia: Voltaire, Montesquieu, Rous-seau, Diderot, D’Alembert. Años después le dirá al rey Carlos III: ―... con sumo ardor me apli-qué ... al estudio de las lenguas vivientes de la Europa, buscando y haciendo venir de países extranjeros maestros y libros, los mejores y más adecuados para el asunto, en lo cual se expen-dió considerablemente parte de mi patrimonio”. Con estas palabras conocemos el destino que le daba el suramericano a su dinero y la importancia que significaba su preparación intelectual. Miranda, tan perfeccionista, exigente, curioso e idealista, se va nutriendo de todo tipo de cono-cimiento, pero a medida que se adentra al mundo de los libros, percibe que España no puede satisfacer su ambición de hombre universal, ya que éste país estaba fijado a una idea religiosa y a principios muy conservadores, quedándose a espaldas del progreso que surgía ya en Francia e Inglaterra. Mientras tanto, en el tiempo que permanece en España sirviendo a la Corona, forma
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su primera biblioteca de casi dos mil volúmenes con los más variados temas y autores. En estos aparecen obras de Voltaire, Rousseau, Montesquieu, D’ Alembert, Diderot, Hume, Helvecio, Moliere, Virgilio, Raynal. Miranda todo lo lee y adquiere las más novedosas obras. Es un hom-bre que anda en constante búsqueda de lo desconocido y las buenas obras. No hay asunto que no domine porque es un investigador sagaz, curioso, quien observa, pregunta, halla, analiza y discute. Es el tipo de hombre que se forma para los grandes eventos de la vida, que nunca se conforma con lo poco y se proyecta en las circunstancias adversas para triunfar. Todo lo combi-na para trascender en un eje de equilibrio eficaz: carácter, decisión, conocimientos, inteligencia, acción. Es de aquellos hombres que impactan con su presencia y su palabra porque su espíritu de grandeza siempre se manifiesta.
El joven suramericano, quien desde 1772 forma parte del ejército español, se va sintiendo poco a poco como entre la espina y la rosa. Por una parte, se siente agradecido del rey Carlos III por defender a su padre de las intrigas de los mantuanos en Caracas; y por la otra, muy limitado en lograr su objetivo de ―macrointelectualizarse‖, ya que en España no existían libertades ple-nas para ello. Para Miranda, hombre de ideas liberales e investigador, de cualidades extraordi-narias, es una humillación, pero no le queda más alternativa que leer libros prohibidos muy clandestinamente. Siempre tiene una oportunidad de compartir este tipo de lectura. En Melilla, África se hizo muy amigo del coronel Villalba quien le facilitó algunas de estas obras. Siempre estaba en contacto con los libros que habían hecho su pasión como en actitud del inquieto des-cubridor que no deja nada por investigar. Pues lo poco que le ofrecía España como ventana de la cultura europea, ya lo conocía, pero se le presenta la gran oportunidad de ver más allá de lo tradicional, de lo religioso, cuando es invitado a visitar en dos oportunidades Gibraltar, baluarte inglés entre Europa y África. En este peñón, punto geoestratégico de Inglaterra, atalaya de dos continentes, Miranda satisface su curiosidad del investigador cultural. Aquí en Gibraltar en-cuentra un mundo libre con ideas renovadoras y una cultura donde las opiniones no tienen res-tricciones. Se siente muy bien. Es realmente lo que buscaba, encontrarse con su mismo mundo, ese que no lo halló en Caracas ni en España porque representaba una cultura conservadora, con principios medievales, mientras que en Inglaterra se proyectaba a lo grandioso, al progreso de-cisivo de una sociedad global. La religión había detenido su feroz fanatismo para dar paso a
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nuevas ideas, a una nueva concepción de economía: el capitalismo que nacía de la naciente Re-volución Industrial.
El joven suramericano, inquieto investigador y hombre de pensamiento libre, se identifica con la cultura inglesa. En Gibraltar ingresa a la ―francmasonería, la asociación más importante del siglo XVIII y buena parte del diecinueve en el mundo occidental‖. Esta asociación era la más perseguida y condenada por el Vaticano que utilizaba la Inquisición como su policía y su juez. Ser francmasón era un privilegio, un honor. Muchos hombres de la política y el pensa-miento lo eran: Washington, Federico II de Prusia, Goethe, D’ Alembert, Helvetius, Haydn, Di-derot, etc. La masonería, según el investigador José A. Ferrer Benimeli, es “una asociación ad-miradora de la armonía de la naturaleza, obra del Gran Arquitecto del Universo, y propagado-ra de la amistad universal entre los hombres. Ideal vago y atrayente que llenaba a los espíritus pre-románticos, y que permitía a cada uno encontrar en las logias su bienestar, gracias a la tolerancia de los demás…”
Gibraltar es la ventana mágica que le permite a Miranda observar, ver, admirar el nacimien-to de un nuevo mundo europeo. Allí conoce al comerciante John Turnbull, quien será su pro-tector económico de toda su vida. Este contacto con los ingleses lo convencerá más del enquis-tamiento de España en sus principios antiprogresistas.
Miranda comienza a sentirse como en una prisión en España también porque no tiene la libertad que desea para cumplir con su propósito del investigador universal, de quien lo investi-ga todo. Es enemigo de las restricciones porque es un hombre que ama la libertad, pero el desti-no le tenía un camino trazado para lograr su objetivo de investigador, visionario, de revolucio-nario. Esta oportunidad se le presenta de la manera más absurda, pero es el destino real que a veces forja a los grandes hombres para la gloria. Tiene que luchar contra la envidia y el fanatis-mo que buscan desaparecerlo. Primero es el comandante O’ Reilly quien lo arresta en Cádiz injustificadamente y pretende desprestigiarlo, como también el coronel Roca. Este último le aplica durante seis meses un arresto domiciliario. El joven capitán convierte esta prisión en un tiempo muy provechoso para la lectura en su biblioteca de 534 volúmenes (en español, francés e inglés). Todo lo indaga, lo analiza y lo expresa transformado en ideas porque ya es un biblió-filo consumado. Cada libro que lee es paso que avanza hacia la cumbre de la cultura donde fla-
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mea la libertad de los hombres. Observemos la lista de libros comprados en España para deter-minar mejor su formación cultural.
Su nueva biblioteca.
Comienza otro tiempo, otra vida, otro ambiente en el Caribe, pero dos cosas permanecerán intactas, las que determinarán el curso de su destino: su amor por los libros y la malévola intri-ga española que finalmente logrará sus objetivos en 1812 con su prisión definitiva. Los nueve años en España colocaron la piedra angular de su personalidad con la dedicación a la investiga-ción cultural definida en dos variables: observación y lectura, los elementos básicos del buen investigador, quien se inspira, se instruye, analiza, se actualiza, evalúa, ama la verdad de los hechos con pasión para forjar los buenos criterios. De manera que cuando arriba a La Habana está formado para trascender universalmente porque los libros han moldeado prodigiosamente su ejemplar personalidad. Es él y sus libros, el mundo de los intelectuales, por lo tanto comien-za a comprar nuevos libros en La Habana porque tiene hambre de conocimientos.
Tres años permanece en el majestuoso caribe, lo suficiente para conocerlo: Cuba, Jamaica, Bahamas, Cabo Francés y otras islas. Es el oficial curioso que se dedica más a la investigación, a adquirir conocimientos del mundo antes que apasionarse por su carrera castrense. Siempre vive entre sus libros como el colibrí entre las flores, libando el néctar del saber. En Jamaica, durante sus cuatro meses de permanencia, compró buenos libros, especialmente en inglés y en francés, entre éstos las Constituciones de la francmasonería, las Obras de Maquiavelo, Historia de Inglaterra, Penas y Delitos de Beccaria. Poco a poco forma su segunda biblioteca en la cual aparecen autores de gran prestigio: Homero, Hume, Shakespeare, Burke, Locke, Maquiavelo, Platón, Swift, Virgilio. Él fue un lector crítico, de pensamiento profundo transformado en histo-riador, en crítico de arte, en políglota, en cronista. Es el tipo de hombre que sobresale, impacta, es elogiado o detractado. Ya en 1782 tiene definido un nombre para la historia: hombre de co-nocimientos universales y cualidades de líder. En una carta enviada por Juan Vicente Bolívar, padre del futuro Libertador, son reconocidos sus méritos de líder. “Vmd. Es el hijo primogénito de quien la madre patria aguarda este servicio importante, y nosotros los hermanos menores
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que con los brazos abiertos y puestos de rodillas se lo pedimos también por el amor de Dios; y a la menor señal nos encontrará prontos para seguirle como nuestro caudillo hasta el fin y de-rramar la última gota de nuestra sangre en cosas honrosas y grandes”. Indudablemente a Mi-randa ya lo veían como un líder, entre los venezolanos con más méritos, aunque la mayoría de “mantuanos o españoles criollos” rechazaran su linaje canario. Esta carta le hace palpitar su patriotismo que comenzaba a nacer en él, pero el joven oficial dirá como Jesucristo. “ Aún no ha llegado mi hora”. Todavía estaba en un proceso de aprendizaje. Le faltaba mucho por cono-cer. Sólo se había asomado por una ventana muy pequeña –que era España—para observar el mundo de la cultura occidental. Miranda en el Caribe llama la atención porque no es un militar más que conforma un ejército, sino un hombre que se proyecta con sus grandes cualidades. Pues mientras sirve al ejército español, también forja el hombre líder, el hombre culto, el hombre po-lifacético. Su nombre deja el eco vibrante en el Caribe: el buen oficial y el curioso investigador.
Calumniado y perseguido.
El nombre de Miranda también llama la atención en España porque huele a francmasoner-ía, a liberalismo, por lo tanto, el gobierno español, para deshacerse del joven venezolano, lo de-clara culpable de actos que él no había cometido: contrabandista y amigo de los ingleses. Esta era un pretexto para apresarlo. Así es como el joven oficial, con el grado de teniente coronel que había alcanzado en Pensacola, es declarado enemigo de España.
La envidia y el fanatismo político-religioso habían logrado su objetivo, pero el tiempo se encargaría de cobrar esta injusticia muy caro. España, como el intrigante Amán con el inocente Mardoqueo, es víctima de su propia arma porque ese joven venezolano no era el simple lector de libros prohibidos, el bibliófilo romántico, el investigador de pasatiempo libre, sino un visio-nario con alma de revolucionario. Este tipo de hombre siempre es un líder, vive tejiendo ideas, desentrañando enigmas, vive para el triunfo y la gloria, para darle vida a los pueblos con su misma vida; es un forjador del mundo. No se detiene ante nada porque es un volcán en ignición que preocupa a todos: quema o deja sus cenizas. Era el hombre predestinado que llevaba ya en su espíritu un continente para emanciparlo, una palabra elocuente para persuadir, un pensamien-
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to profundo para refutar, un proyecto para edificar. Miranda fue para España la gran paradoja de un destino fatal, el génesis de un apocalipsis imperial con la orden de prisión emitida el 11 de marzo de 1782, la cual dice, a través del Ministro de Indias, en Madrid, enviada al gobernador de La Habana. “ El rey manda que, si al recibo de esta Real orden, no hubiese ya enviado V. a España al teniente coronel don Francisco de Miranda, capitán del regimiento de Aragón, según le está prevenido en Reales Órdenes de 2 y 16 de noviembre último, le haga inmediata-mente arrestar y poner a disposición de S. M en el castillo de San Carlos de la Cabaña; advir-tiendo a su comandante en orden que le pasará en inserción de ésta, que ha de ser responsable de la persona de Miranda, a quien privará de toda comunicación y del uso de la escritura hasta que S. M determine otra cosa”. Desde el 2 y el 16 de noviembre de 1781 ya el rey había decre-tado su arresto, decreto que a la postre se convertirá en la condena de España, el fin de un impe-rio ―trescentenario‖, en su apocalipsis, porque el joven suramericano encarnaría la revolución hispanoamericana como su precursor, y aunque no vio logrado el objetivo en 1824 –porque hac-ía ya ocho años que había muerto--, sí logró influir poderosamente en los ejecutores de la gran revolución que floreció en libertad, entre éstos O’ Higgins, Bolívar, San Martín, Artigas.
A pesar de todo, España será para Miranda una escuela preparatoria para la revolución, la clave de su destino. Allí nace el hombre de las grandes ideas, el hombre universal. Tenía que ser España y no Inglaterra ni Francia primero, porque debía conocer profundamente su cultura, estudiarla, analizarla, sentirla en carne viva. Pues cuando esto ocurre él aprendería a lograr me-jor su propósito. Miranda lo logró porque fue un investigador objetivo, crítico, quien fue ateso-rando conocimientos para iluminar y no para guardar solamente. Sus conocimientos se convir-tieron en la fructífera semilla de la revolución, por lo tanto, tuvo que existir un investigador pri-mero para existir un revolucionario famoso después.
ESTADOS UNIDOS EN SU EXPERIENCIA DE INVESTIGADOR Y REVOLUCIONA-RIO (1783-1784).
Cronista crítico.
―Quien no la debe no la teme‖. El joven oficial, con una orden de arresto real, se embarca a España junto a su jefe el general Manuel Cagigal, a defenderse de la injusta decisión de la Co-
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rona. Ambos viajeros estaban confiados de que todo saldría bien en España, pero en esta penín-sula ya todo está determinado: prisión para Miranda. Tenían que deshacerse de él de esa manera porque era considerado un hombre peligroso. Este calificativo se lo había ganado precisamente por ser un investigador curioso, crítico y objetivo. Pues si había llegado a España a servir al rey, no significaba que estaba obligado a pensar y actuar como español conservador, con mente me-dieval. No. El joven venezolano era de mente renovadora, de libre pensamiento y de espíritu visionario. No había llegado a España sólo a adquirir conocimientos para competir con un Jove-llanos, un Floridablanca. Miranda es como el manantial, produce aguas frescas siempre, es in-quieto, transparente, torrentoso. Para él conocer no es guardar sino crear, inventar, fructificar, sembrar, cosechar. Vino a cumplir este objetivo porque un investigador se engrandece cuando sabe que lo investigado es útil. Para España los hombres como Miranda no podían permanecer allí, por lo tanto buscaban la manera de deshacerse de él. A Miranda también le llegó la hora de ser detenido. Su nombre era fuego consumidor. Sólo Cagigal lo entendía, por eso viajó con el joven suramericano para interceder por él.
Por algún lado debía aparecer la justicia, y eso ocurrió con Miranda. Mientras se alejaba de las costas cubanas, la fragata en que viajaban fue azotada por una fuerte tempestad, que obligó a la embarcación refugiarse en el puerto de Matanzas, a unos cien kilómetros de La Habana. Aquí es donde se cerciora de la mala intención del gobierno: diez años de prisión en la cárcel de Orán. Sobre él pesaban seis órdenes de arresto, más una sentencia dada en La Habana. De esta manera no podía viajar a España. Entonces decide esconderse y esperar el momento de viajar a Estado Unidos. El general Cagigal, su amigo incondicional, viene a ser su ángel. Hombres co-mo éstos son muy pocos de hallar. Los vinculaba su oficio de militar, su aire caribeño, su cultu-ra, pero, sobre todo, la fidelidad de amigos. En una cláusula de una carta que le escribe al joven oficial, le dice. ―Amigo: soy muy consecuente y daré la vida por Vmd. Miranda también tenía la virtud de ganar amigos. Los supo ganar porque los eligió bien. Qué hubiese ocurrido si no hubiera conocido a Cagigal. Este benévolo general le entrega varias cartas de presentación, las cuales llevará a Estados Unidos.
El 1º de junio de 1783, en la balandra americana Prudent, zarpa a Estados Unidos. Deja de
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ser el súbdito español para convertirse en el hombre libre. Viaja con su flauta y sus libros. Deja en el Caribe el pasado: su dolor, su tristeza, sus alegrías. Miranda no es de quienes viven ali-mentándose del pretérito. Es el hombre que no vive para pensar sino piensa para vivir, para cre-ar, para construir. Es el hombre del futuro, el visionario.
El 9 de junio desembarca en New Bern, puerto de Carolina del Norte. Este viaje parece una aventurada alternativa para escapar de Cuba, pero en una carta que le envía a Cagigal, afirma lo contrario. “ Le diré que mi idea en dirigirme a los Estados Unidos de América, no sólo fue por sustraerme a la tropelía que conmigo se intentó, sino para dar al mismo tiempo principio a mis viajes en países extranjeros, que sabe V. fue siempre mi intención, concluida la guerra; con este propio designio he cultivado de antemano con esmero los principales idiomas de Europa que fueron la profesión en que desde mis tierno años me colocó la suerte y mi nacimiento. To-dos estos principios (que aún no son otra cosa), toda esta simiente que con no pequeño afán y gastos se ha estado sembrando en mi entendimiento por espacio de treinta años que tengo de edad, quedaría desde luego sin fruto, por falta de cultura a tiempo. La experiencia y conoci-miento que el hombre adquiere, visitando y examinando personalmente con inteligencia prolija en el gran libro del universo; las sociedades más sabias y virtuosas que la componen; sus le-yes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar, navegación, ciencias, artes, etc., es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna que for-man un hombre sólido y de provecho”. En este importante testimonio justifica el objetivo de sus viajes por Estados Unidos y Europa: culturizarse. La cultura es básica para el hombre con la que se construye mejor las sociedades. Aquí nos presenta los elementos básicos del buen inves-tigador: lectura y observación acompañado de ―inteligencia prolija‖. Estas dos palabras de Mi-randa significan profundidad en la investigación, buena exégesis en el razonamiento y excelente hermenéutica en la interpretación de los datos. Investigar también es un arte. Miranda fue un habilidoso investigador quien usó sus cualidades de observador, crítico, de políglota, de gana-dor de amigos influyentes, acompañado siempre de una soberbia pasión, sustentada por un ca-risma multipolar. Lo tenía todo para ser el investigador ejemplar: cualidades, pasión y carisma.
Arriba a un país libre, en un año histórico en que el mundo occidental comenzaba a trans-
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formarse y Norteamérica colocaba la primera piedra del edificio de la libertad total que se logró en 1824. En ese mismo año se firma el tratado de Versalles por el cual Inglaterra reconocía la independencia de Estados Unidos, en Caracas nace el futuro Libertador de Suramérica y Miran-da se desincorpora del gobierno español. Es un año muy importante para Hispanoamérica a fu-turo, y a la vez el comienzo de un destino fatídico para España porque el joven calumniado se convierte en el difusor de la Revolución Hispanoamericana, que en conjunción con Simón Bolí-var, serán los verdugos que decapitarán el Imperio español en la América hispana. Estados Uni-dos para el joven venezolano viene a ser la oportuna jugada en el ajedrez de la vida como perse-guido de España. Acierta muy bien porque este país lo coloca en la dirección correcta de su des-tino, y a la vez le sirve de escuela preparatoria para su extraordinaria carrera de revolucionario. Es el país-piloto de América, por lo tanto, tenía todas las ventajas para asimilar bien su aprendi-zaje de revolucionario. En esa nación se sentía libre, sin la presión de la Inquisición que tanto daño le había hecho. En este país había libertad de religión, lo que satisfizo al joven venezolano que vivía en un constante aprendizaje. “ Toda religión y sectas están permitidas: cuáqueros, anabaptistas, Church of England, metodistas, presbiterianos, moravios, luteranos, católicos, reformistas, Winchesteristas. Todos alaban a Dios en el modo y lenguaje que les parece me-jor”.
En New Bern se convence “…muy pronto de que la organización social de los Estados Unidos se hallaba en una fase primitiva”. Comprendió entonces que una revolución engendra otra cuando hay que completar su objetivo socio-político. No sólo es libertar, también es edu-car. Critica con visión de sociólogo. “ Este buen trato ha durado todo el tiempo de mi residen-cia, a pesar de que sus ideas, en general, no son muy liberales y que el sistema social está to-davía en mantilla” Desde España venía estudiando la cultura de cada pueblo visitado, por eso no pierde la menor oportunidad para investigar algún asunto importante o vivencia curiosa. “ Hubo un barbecue, esto es, un cochino asado y un tonel de ron que promiscuamente comieron y bebieron los primeros magistrados y gentes del país, con la más soez y baja clase del pueblo, dándose las manos y bebiendo en un mismo vaso. Es imposible concebir, sin haberlo visto, una asamblea más puramente democrática y abone cuando los poetas e historiadores griegos nos cuentan de otros semejantes entre aquellos pueblos libres de Grecia”. Este acto es la imagen de
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la democracia, el contraste de la cultura española. Seguramente se recordó en la discriminación social de los ―mantuanos‖ hacia los canarios en Caracas. Ya su padre había sido víctima de esta absurda discriminación. El amaba la libertad, la democracia, pero en función de equilibrio, de organización, de las buenas costumbres.
El buen investigador, ansioso de adquirir información se sacrifica para lograr su objetivo. Así le toca vivir una inolvidable experiencia cuando sube dos millas de New Bern a visitar a dos hermanos cuáqueros para conocer su religión. “Jamás he sufrido semejante incomodidad por calor, chinches y mosquitos que la que pasé estos días de investigación”. Sufrió pero ad-quirió una buena información de la doctrina de los cuáqueros, recibió de uno de ellos, llamado Robert William, la célebre Apología R. Barclay (1648-1690), quien sistematizó la doctrina cuá-quera en su Apología de la verdadera divinidad cristiana /1678). Lo interesante en este encuen-tro con los cuáqueros, es que Robert ve en Miranda un hombre muy especial. “ Me da una vi-sión de las ventajas de un país libre, donde puede mostrarse la verdad, sea o no recibida. Compré la Apología en Londres (por una suma muy pequeña) hace cerca de veinte años, con la idea de regalarla al primero de tu nación con quien me encontrase y que yo considerase digno de ella; estoy contento que mis deseos se hayan cumplido”. Aquel cuáquero estaba en lo cierto porque el joven investigador llegaría a ser un hombre grande, el precursor de la Revolución Hispanoamericana.
Es muy bien recibido en Charlestown, Carolina del Sur en donde conoce la ciudad: su cul-tura, su topografía, sus personajes importantes, su historia. Le llama la atención que en esta ciu-dad “se cuentan 1200 viudas”; “el número de desastres causados por el fuego que esta ciudad ha padecido en su historia”; la voluntad del viejo general Gadsen quien “estará ya muy cerca de los ochenta y sin embargo, ahora está cultivando el idioma hebreo”; el curioso caso del “juez Heyward, el famoso miembro del congreso que cuando se trató el arduo asunto de decla-rar la Independencia el 4 de julio de 1776, con resolución y ánimo heroico echó el voto decisi-vo y terminó el asunto probablemente para siempre”.
Mucho aprende en Carolina del Sur sobre su gente. Conoce al presidente de la Corte, el juez Burke con quien traba una gran amistad y, como un buen psicólogo, expresa. “ es persona de ingenio, habilidad y buen juicio. No puede negarse que en las inclinaciones de las personas
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se descubre la analogía del genio, talento, etc., pues jamás he encontrado sujeto tan apasiona-do admirador del mérito y buen gusto de nuestro inimitable Miquel de Cervantes. Le he mereci-do particular amistad y concepto, aprovechando infinito su conversación y noticias durante todo el tiempo que permanecí en esta ciudad”.
A Filadelfia, de la que ya tenía un buen concepto, la describe así: “ La ciudad es, sin lugar a dudas, la mayor y más hermosa de todo este Continente. Sus calles son regulares y cortadas en ángulos rectos, la anchura, por lo general, es de cincuenta pies… Filadelfia es una de las agradables y bien ordenadas poblaciones del mundo”. Miranda es un hombre objetivo que des-cribe las cosas tal cual las observa. No es un hombre de metáforas, de circunloquios; cuando habla expresa la verdad que alegra o hiere, pero que dignifica.
En Filadelfia visita la curiosa ―Colección Peale‖, que ― Consiste en unos cien retratos hechos por el propio artista, de los más importantes, tanto nacionales como extranjeros, que han contribuido a la revolución de América. Esta obra no solamente ofrece entretenimiento y gusto al viajero curioso e instruido, sino que da luces para la historia y forma las ideas patrió-ticas y virtuosas de la juventud, a quien presenta el más digno monumento que pudo erigirse a la gloria de un pueblo entero. ¡Digno ejemplo ciertamente para imitación de todas las demás naciones que aprecian la virtud y el buen gusto¡” Aquí el joven investigador describe y opina, motiva a valorar la razón de la cultura, a crear patrimonios culturales perdurables. En esa encan-tadora ciudad conoce al general Washington. “Tuve el gusto de comer en su compañía todo el tiempo que permaneció en Filadelfia”. En este tiempo, como un buen psicólogo, lo estudia y expresa su opinión de él así. “ Su trato es circunspecto, taciturno y poco expresivo, pero su mo-do de ser suave, al que acompaña una gran moderación, lo hacen soportable”, Miranda anali-zaba muy bien el carácter de las personas. Tenía esta cualidad de psicólogo. Nadie escapaba a su observación crítica. Combinaba las cualidades del psicólogo y del sociólogo para determinar mejor la cultura de las sociedades que estudiaba o investigaba. Sus observaciones eran muy ob-jetivas.
Visita pueblos y ciudades en donde va conociendo personajes importantes que lo vinculan con la sociedad norteamericana: médicos, ingenieros, músicos, pintores, arquitectos, militares, teólogos, astrónomos, escritores, etc. El venezolano es único, inconfundible, se hace sentir a
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donde llega, jamás pasa desapercibido, cautiva a las mujeres con su elegancia y a los hombres con sus conocimientos. El señor William Duer se expresa así del oficial caraqueño. “ Este ca-ballero es, por disposición y reflexión, ciudadano del Mundo, que recorre con el propósito de aumentar su caudal de conocimientos, el cual ya está lejos de ser despreciable. No es extraño, pues, que haya resuelto visitar Inglaterra, que desde hace mucho tiempo es considerada por extranjeros inteligentes como la nación de los filósofos: y desee trabajar relación con los gran-des personajes que allí abundan… se encontrará que es un hombre muy interesante y, no lo dudo, por el canje de útiles informaciones en asuntos científicos y políticas, tratará de compen-sar cualesquiera comunicaciones valiosas que Vd. Y mis amigos puedan darle acerca de la constitución, el comercio y el gobierno de su país”. Miranda es elogiado porque se ha prepara-do para ello. Aprende y enseña. También el general Knox, en una carta enviada a Thomas Rus-sell, lo califica así. “…Posee vastos conocimientos de hombres y cosas, y sus oportunidades han sido superadas tan sólo por ambición de mejorarlas”. Realmente Miranda trasciende entre los grandes porque está en constante búsqueda de superación. Los mismos norteamericanos se sorprenden de él. El gran John Adams, futuro presidente de Estados Unidos, lo confirma: “Miranda sabía más, de cada campaña, sitio, batalla y escaramuza ocurridas en toda la gue-rra, que cualquier oficial de nuestro ejército o cualquier estadista de nuestros consejos”. El joven suramericano es diferente y mejor estudioso que cualquier líder norteamericano, incluso que Washington, porque éste no se preparó para dirigir una revolución, fue llamado a ejecutarla con las armas, pero aquél ha venido preparándose desde España con su labor de investigador crítico. Es el prototipo del líder auténtico, del revolucionario laborioso, del visionario creativo. Se preparaba para lo trascendental: cambiar medio continente. Es la primera vez que ocurre esta visión en un hombre revolucionario. Ni Alejandro Magno, Aníbal, Julio César, Carlomagno pensaron en libertad sino en conquista. Miranda representaba la libertad, la concepción de un nuevo mundo, por eso viajaba investigando la cultura de los pueblos.
Miranda penetra en el corazón de la política norteamericana. Estudia su Constitución, sus leyes, su revolución, sus hombres, sus costumbres. Visita los sitios donde ocurrieron hechos de guerra en compañía de sus protagonistas. Llega hasta criticar las malas estrategias ejecutadas en la contienda bélica.
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En medio de su labor investigativa, no deja la buena costumbre de comprar libros e inter-cambiarlos por los de sus amigos. A la señora Burr, le facilita la ―filosofía de la naturaleza‖, del barón de Holbach; a Susan Livingstone, su enamorada, le da prestada la ―Historia filosófica y política de los establecimientos y del comercio europeo en las dos Indias‖, del abate francés Tomás Raynal. El general Von Stenben obsequia a Miranda un ejemplar de su tratado sobre disciplina militar, que había prestado grandes servicios a los oficiales patriotas norteamericanos. A todos sorprende con su caudal de conocimientos y por esa labor de cronista crítico que realiza magistralmente. En cualquier sitio se le ve conversando u observando. En la biblioteca del Co-legio de Yale observa los manuscritos de un curioso tomo en latín que contenía pasajes de la Biblia. En ese mismo colegio, en donde asiste a clases de matemáticas y hebreo y comparte con los maestros, observa a algunos estudiantes ―pronunciar arengas‖. Esto le llama la atención al perseguido oficial quien expresa con sus cualidades de pedagogo. Este ejercicio es un método excelente para acostumbrarlos a hablar en público, y dar gracias a la acción y a la expresión‖. Visita el colegio de Harvard, cuyo director le obsequia una medalla de plata acuñada en México para conmemorar la fundación de su academia de derecho. El famoso colegio de Harvard tam-poco escapa a la crítica del joven investigador. ―Paréceme este establecimiento más bien calcu-lado para formar clérigos, que ciudadanos hábiles e instruidos…es cosa por cierto extraordina-ria que no había una cátedra siquiera de la lenguas vivientes, y que la teología sea la principal cátedra del Colegio‖. Seguramente Miranda se recordó de la universidad en Caracas donde él había estudiado, limitada a Derecho y Teología. Era absurdo que un colegio de tanto prestigio y en un país progresista, se dictaran solamente las cátedras tradicionales. El joven oficial sabía criticar, y cuando se hace bien, esto es arte, es la verdad razonada que se expresa. Este es el ner-vio del investigador curioso que siempre palpita.
Miranda es un investigador privilegiado en Estados Unidos: todo lo tiene a su alcance por-que las cualidades de hombre polifacético es su llave maestra para lograrlo. ¡Qué contraste con España¡ Pues si el gobierno de este país lo califica de hombre peligroso, ―reo de Estado‖ por algo que no cometió, Estados Unidos lo admira, lo hace libre y aviva su espíritu de revoluciona-rio. Así es como tiene acceso para investigar en cualquier lugar, conocer los protagonistas de la Revolución y adquirir todos los datos posibles de éstos.
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Visión de revolucionario.
Llega el momento en que el investigador que existe en Miranda se transforma en el revolu-cionario. Parece haber madurado muy pronto en su proyecto de emancipación hispanoamerica-na, pero dos razones lo impulsaban a cumplir este sagrado propósito sin condición de tiempo: el ambiente norteamericano y su pasión revolucionaria que ya la llevaba del Caribe. En New York, se formó el proyecto actual de la Independencia y libertad de todo el continente hispanoa-mericano…‖ Desde aquí en adelante comienza a hablar de su proyecto. El Dr. Lloyd lo testimo-nia. ―el hombre más extraordinario y más maravillosamente enérgico que hubiera conocido jamás…su tema favorito era la perspectiva de hacer la revolución en provincias españolas de la América del Sur‖. El joven oficial va más allá de una idea revolucionaria: en Nueva Inglaterra a finales de ese año 1784, formula, en conjunción con el general Henry Knox, un plan para eman-cipar las ―Indias Españolas‖. En este documento ―figura un cálculo de los supuestos gastos para reclutar, vestir y armar a cinco mil hombres, con sus correspondientes oficiales, divididas en cuerpos de Infantería, Caballería y Artillería, y todo lo que necesitare, además, para operaciones inmediatas, con provisiones y municiones para un año‖. En este proyecto había genio, visión, cálculo. Era muy diferente al ejecutado en 1806. Según el gran biógrafo de Miranda, William Robertson, afirma que el ― profeta de la libertad‖ sometió su plan a los generales Washington, Knox y Hamilton‖. Y aunque este plan no fue ejecutado, sí confirmó la convicción revoluciona-ria y la visión profética de luchar incondicionalmente por la libertad de Hispanoamérica.
El joven venezolano es un buen estudioso de las sociedades y un gran admirador de la natu-raleza. Cuando visita New Jersey expresa. ― …la superficie y cultura de la región es tan amena y agradable que comúnmente se le llama Jardín de América. Por todas partes se ven correr arroyuelos y fuentes de aguas cristalinas, que conducidas con manos industriosas por las fal-das de las suaves lomas y colinas que hermosean la superficie del terreno, fertilizan la tierra y forman una serie de agradables perspectivas. Las quebradas están cubiertas de bosques fron-dosos, las cuales producen a la vista la variedad y contraste más hermoso con los trigos, cáña-mos y otras siembras de los campos circunvecinos. Abrigando al mismo tiempo una cantidad
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prodigiosa de pájaros de canto, que se acogen a su sombra y frescura en el verano y añaden mucho realce con su melodía a esta hermosa escena rural”.
En su recorrido de investigador curioso, quien observa, pregunta, analiza y evalúa, visita un sitio de guerra famoso: West Point del que dice. “ Por su situación, West Point es el punto más ventajoso que podía elegirse para cortar la navegación, pues además de la angostura de éste por aquel paraje, la vuelta que da el río obliga a toda embarcación a cambiar las velas y cor-tar en consecuencia el curso de su velocidad, a cuyo tiempo los obstáculos y baterías mencio-nadas pueden destruirla muy fácilmente. Un ataque por tierra sería de más probable éxito, pe-ro como el ejército mantenía siempre capaz de socorrer en caso de necesidad, esto tampoco era posible. La situación es sumamente romanesca y elevada en los puntos superiores”.
El buen investigador pregunta, indaga y no deja asunto inconcluso. Cada quien utiliza su propia metodología, pero el objetivo es logrado porque actúa con un espíritu emprendedor, dinámico, venciendo el obstáculo. El joven caraqueño tiene estas características, por lo tanto es un triunfador. Y cuando es un investigador cultural cuyo campo es amplio, tiene que multipli-carse como multiplica su pasión, sus ganas de conocer porque es el universo del conocimiento que busca atesorar.
Miranda era un gran admirador de la naturaleza que observaba, disfrutaba y se extasiaba en ella para describirla después. En su diario aparecen descripciones hermosas que sólo le faltó untarlas de poesía para convertirlas en poemas. Poco tenía de poeta, pero mucho de filósofo, de pensador objetivo. Seguramente por esta razón no lo vemos tejiendo metáforas, sin embargo, sus descripciones tienen la gracia de su espíritu vivo para trasladarnos al sitio y deleitarnos tam-bién. A doce millas de Albany, en el río Monaw, nos presenta esta interesante descripción. “Confieso que cuando vi esta famosísima cascada, me sorprendió y dio tal contento, como muy pocas cosas en la naturaleza han producido jamás en mi espíritu. La altura de la caída de las aguas será de cuarenta varas y el ancho como de 220 idem, pero no es esto lo que forma su hermosura únicamente, pues el juego de las aguas entre las irregularidades de la peña, la ar-monía, unión y conjunto del todo, le da un aire de majestad y simetría que excede cuanto la idea puede concebir sin haberlo visto primero… Varios efectos contribuyen a hermosear el lu-gar, uno de ellos es el arco iris que forman los rayos del sol en las partículas de agua que flo-
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tan en la atmósfera que la circunda!
En cada sitio, pueblo o ciudad que visita, siempre conoce algo interesante para anotar en su diario: la catarata de Cahoes en Albany, la destilación de aguardiente en Providence, como tam-bién conoce grandes figuras intelectuales, públicas y personajes populares. En Providence cono-ce al célebre conferencista escocés Dr. Moyes, al fabricante de cañones Joseph Brown, al mo-derno constructor de barcos Mr. Peck, a Mrs. Macaulay- Graham, célebre escritora de la histo-ria de Inglaterra; Dr. Carente, erudito intelectual, general Knox, Lafayette, y en Boston conoce al famoso republicano Samuel Adams. Este famoso personaje, llamado ―padre de la Revolución Americana‖, quien participó en los motines de Boston contra la Ley de Impuestos, es la persona que más le aportará información sobre la Revolución Norteamericana. “ Me dio igualmente no-ticias interesantes sobre el origen, principios y ocurrencias de la pasada revolución, favore-ciéndome con su trato fácilmente”. El joven investigador va más allá de una simple informa-ción. Penetra en la filosofía de la política norteamericana como un versado legislador porque conoce la Constitución de ese país como lo evidencia su diario, en una conversación que sostie-ne con Samuel Adams. “Tuvimos charlas muy amplias acerca de la Constitución de esta re-pública, y a dos objeciones que le presenté sobre la materia, manifestó su acuerdo conmigo después que meditó bien los puntos. La primera fue: ¿Cómo en una democracia, cuya base era la virtud, no se le señalaba puesto a ésta, y por el contrario, todas las dignidades y el poder se daban a la “propiedad” que es justamente el veneno de una república semejante? La otra fue, la contradicción que observaba entre admitir como uno de los derechos de la humanidad, el tributar culto al Ser Supremo del modo y forma que le parezca, sin dar predominancia a la ley o secta alguna, y que después se excluya de todo cargo legislativo o representativo al que no jurase ser de religión cristiana. Graves solecismos sin duda”. Aquí Miranda manifiesta sus cualidades de un legislador analítico y objetivo. Es que en ese año y medio de permanencia en Estados Unidos, estudió bien su Constitución, la primera de América. Seguramente que ya le había surgido la idea de elaborar una para Suramérica. Entonces era una obligación analizar la Constitución de ese país para ir formándose una idea de cómo hacerlo. Realmente esta Constitu-ción le da muchas luces para su aprendizaje de legislador. Unos años después, con una gran ex-periencia formada en Europa, elaboraría cuatro proyectos constitucionales (1790, 1798, 1801,
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1808) para la república confederada que él pensaba construir si lograba la libertad de Hispano-américa, llamada Colombia. Desafortunadamente el objetivo no se cumplió, pero quedaron es-tos cuatro proyectos constitucionales como evidencia de sus capacidades de legislador.
El influjo revolucionario que recibe en Estados Unidos es grandioso, determinante en su vida. Todo se combina magistralmente para darle vida, pulso a su idea de libertad: sus hombres de guerra, quienes le relatan las acciones bélicas en el mismo lugar del acontecimiento, sus líde-res idealistas quienes comparten una anécdota interesante que impacta, coma la del juez Hey-ward, quien con su voto decidió que se aprobase la declaración de la Independencia el 4 de julio de 1776; el aire de libertad que respira ese país, la tolerancia religiosa, las ideas progresistas.
Dieciocho meses permanece en Estados Unidos, el tiempo suficiente para investigar, admi-rar, comparar, analizar, evaluar para transformarse en el “profeta de la libertad”. Pero aún no había terminado su preparación de hombre universal, le harán falta cuatro años más porque la responsabilidad de emancipar medio continente es una exigencia heroica. España y América no representaban toda la cultura del mundo occidental para conformarse. Debía conocer más de Europa, ya que España sólo era un apéndice de ese viejo Continente. Mientras más se investiga más se conoce, más se inventa, más se crea. Era una necesidad viajar a Europa a investigar su cultura total para reforzar su proyecto de libertad hispanoamericana. Miranda no conoce límites y vive perfeccionándose, actualizándose, por eso su pasión de investigador curioso se eleva con el objetivo de saberlo todo. Viaja con 600 pesos solicitados a Rendón, representante del gobier-no español en Estados Unidos.
VIAJE DE ILUSTRACIÓN.
De Londres a Viena.
Medio año permanece Miranda en Londres, lo suficiente para conocer esta importantísi-ma ciudad. Después, emprende su gran viaje de ilustración que le llevará cuatro años por toda Europa, incluyendo un apéndice de Asia: Turquía. El viajero caraqueño, quien ya había visitado Estados Unidos con el propósito de conocer su cultura, también lo hace en Europa. Era su prin-
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cipal objetivo investigar muy bien la cultura europea para tener una visión más didáctica que sirviera de coyuntura a su proyecto de revolución. Pues a pesar de que era perseguido de Espa-ña, se atrevió a realizar este viaje que afortunadamente logró su objetivo.
Parte de Londres el 10 de agosto de ese año 1785 por la ruta de Holanda para llegar a Berlín, Alemania con el propósito de presenciar la revista militar de Federico el Grande. En este primer recorrido, que lo hace en compañía del coronel Smith, puede presenciar un poco de la cultura alemana y austriaca. En estas observaciones utilizaba, como ya lo venía haciendo en Es-tados Unidos, la metodología de observación y lectura.
En la ciudad de papas y emperadores.
Llegar a la Ciudad de Roma, era el gran objetivo de todo viajero. Miranda logra este propósito cuando, ansioso de conocer la “ciudad eterna”, la visita para admirar su belleza artís-tica: sus palacios, templos, pinturas, esculturas, y por supuesto, la historia de siglos de esta ciu-dad.
En Grecia.
El otro gran objetivo de Miranda era conocer Grecia. Desde adolescente ya había co-menzado a quererla cuando recibía clases en la universidad. En esta ciudad visita todos sus mo-numentos de los cuales saca sus propios juicios y conclusiones como un verdadero crítico de arte. Allí también se encontró con la historia de políticos, filósofos, guerreros. Así poco a poco “el criollo universal” iba conociendo la cultura europea que a la postre contribuiría con el pro-yecto de revolución hispanoamericano.
Su visita a Turquía.
Una vez visitadas las dos ciudades que forjaron la cultura del mundo occidental, visita Turquía. En esta ciudad se asoma a la cultura del mundo asiático. De esta manera puede compa-rar el mundo occidental del oriental. Mucho le sirvió esta visita a Turquía porque conoció un tipo de cultura que, extraña para él, también le sirvió en su proyecto revolucionario.
Un año en Rusia.
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El tiempo que más pasó en un país europeo fue en Rusia. Afortunadamente allí conoció a Catalina la Grande quien se convirtió en su protectora. Gracias a ella pudo pagar su viaje de cuatro años y recibir el apoyo político para continuar viajando hasta Londres. En este año de permanencia en Rusia conoció su historia y la forma de gobernar Catalina la Grande con aires de despotismo ilustrado.
Por países escandinavos.
En este recorrido por Suecia, Noruega y Dinamarca proyectó su visión de sociólogo al recomendar en Dinamarca un modelo de cárceles en mejores condiciones, lo cual fue ejecutado por el gobierno danés. Esta acción de Miranda dejo ver claramente su contextura de hombre revolucionario. Siempre en estas visitas compraba libros, los leía, hacia amistades con grandes personalidades y se enteraba del sistema político de cada país.
Tras la ruta del Rhin.
Miranda en este recorrido de Alemania a Suiza, se observa su pasión por la naturaleza que describe como un buen prosista de literatura. Se puede apreciar en su diario muchas des-cripciones hermosas como las de un poeta.
En la Francia prerrevolucionaria.
Miranda logro visitar varios pueblos de Francia conociendo su historia sus hechos im-portantes, pero lo más paradójico en este recorrido es que no logró visitar París como él desea-ba, porque estaba advertido de que la embajada española lo capturaría, entonces tuvo que partir a Londres a donde llegó para comenzar a preparar su proyecto de revolución.
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MIRANDA, INVESTIGADOR CULTURAL
Súbdito de España Bibliófilo
(1771- 1783) Historiador 12 años
Crítico de Arte
II Viajero por Estado Unidos Bibliófilo
(1783- 1784) Historiador 1 años
Crítico de Arte
III Viajero por Europa Bibliófilo
(1785- 1789) Sociólogo
Historiador
Historiógrafo 4 años
Crítico de Arte
Políglota
Político
Cronista de Europa
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FATAL OCASO
(1812-1816)
GRAN REVOLUCIONARIO
(1789-1812)
INVESTIGADOR CULTURAL
(1771- 1789)
MUNDO CARAQUEÑO
(1750- 1771)
Lic. Pedro José Paredes. MIRANDA: INVESTIGADOR CULTURAL.
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LAS CUATRO ESTACIONES DE MIRANDA
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Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano.
Lcda. Francisca Rangel
Resumen:
La autora quiere dar a conocer algunos rasgos del Generalísimo Sebastián Francisco de Mi-randa, así como la percepción que tiene la comunidad andina sobre el culto a los héroes liber-tarios, tales como Miranda y Bolívar.
Introducción:
A través de este trabajo se pretende reflejar el valor mágico que tienen algunos perso-najes históricos, entre ellos Miranda y Bolívar, caraqueños que nacen en el siglo de las luces, en el esplendor de la razón, personajes de la historia independentista de Venezuela. En el ca-so particular de Miranda se afirma que fue un hombre desarraigado, que no se le permitió disfrutar de los beneficios de los mantuanos, convirtiéndose en solitario y psicológicamente hipersensible y de una gran rebeldía; de ahí que fue un militar fuerte y aguerrido, en sus dia-rios se perfila la importancia que tiene para él la libertad política y mental del continente Americano. Fue el primero en plantear una Hispanoamérica unida, y en 1790 le surge la idea de la Colombeia, en honor a Cristóbal Colón.
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Metodología:
Para realizar esta investigación se aplicó una metodología etnohistórica, la observación semi – participante, especialmente en aquellos centros marialionceros donde se rinde culto a los héroes de la patria entre ellos Miranda y Bolívar. Se hicieron algunas entrevistas abiertas a las sacerdotisas de Maria Lionza tanto en el Estado Táchira como en Mérida; se abordaron algunos usuarios del culto, donde, a pesar de tener la sociedad un arraigo católico, cada día crece el culto a Maria Lionza. Allí se viene observando un alto crecimiento a la llamada corte de los héroes venezolanos, a medida que crecen vertiginosamente las ciudades con problemas sociales, económicos y de inseguridad.
Para reforzar un marco de opinión, decidimos entrevistar a algunas sacerdotisas maria-lionceras, así como a algunos usuarios del culto a los héroes venezolanos, a fin de poder obte-ner una información completa sobre el contexto cultural tanto en Táchira como en Mérida.
Desde el año 1980 se viene trabajando sobre el culto a Miranda y Bolívar, quienes vie-nen manifestándose como muertos milagrosos. Al culto asisten amas de casa, comerciantes, obreros, campesinos, estudiantes, políticos y otros.
Se analizaron aproximadamente diez entrevistas aplicadas a diferentes médicos y sa-cerdotisas de los centros marialionceros en ambos estados; la muestra se recogió en diferen-tes comunidades y municipios y en la mayoría de los centros se solicitó y se pagó la consulta, ya que rechazan entrevistas o investigaciones, solamente admiten investigadores que con el paso del tiempo se ganan la confianza. En Mérida, una sacerdotisa sólo acepta investigaciones siempre y cuando sean recomendadas por investigadores de alta jerarquía, y que acaten las normas internas y que estén dispuestos a colaborar para el mismo.
Miranda el hombre revolucionario y mágico:
Miranda fue un revolucionario que tuvo trascendencia en varios continentes: África, Europa, Asia y América donde supo captar un mundo político, ya que la facilidad de conocer varias lenguas le permitió una comunicación amplia con diferentes políticos y revolucionarios
Lcda. Francisca Rangel Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano.
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de la época, el ser políglota le facilitó reuniones con mujeres importantes tales como Catalina de Rusia y la marquesa Delfina de Custine.
Es importante aclarar que Miranda no era católico, pertenecía a la masonería, la misma era una sociedad secreta compuesta por varios individuos que compartían el principio de frater-nidad mutua, se reconocían mediante signos emblemáticos y practicaban un ritual esotérico. Los orígenes de la masonería en Europa se remontan a los gremios medievales, viene de la voz francesa ―macon‖ que significa albañil o constructor de catedrales, ellos se reunían en logias o locales cerrados a fin de mantener sus secretos, pero, a partir del siglo XVIII, las logias se trans-forman en centros de conspiración relacionados principalmente con las corrientes del pensa-miento de la ilustración, y en el siglo XIX se transforman en el ideario de la burguesía liberal (Lexus, 1998, 595). Los orígenes de la masonería en Venezuela se ubican en La Guaira en 1797, con la llegada de cuatro españoles; en 1798, Francisco de Miranda funda la Masónica Gran Americana y con logias Lautarianas, que fueron sucursales y a las cuales se incorporan muchos venezolanos. De allí que como practicante de la masonería y hombre revolucionario leía con ímpetu a diversos enciclopedistas: Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Locke, Bufón, Lalande, Humboldt, Hume, Diderot. Reseñado todo esto, nos podemos dar una idea de cómo era la formación de Sebastián Francisco de Miranda, de ahí que no podía ser católico, puesto que compartía alguna religión que le hubiera servido de base ideológica para esclavizar al pueblo venezolano, por el contrario, fue perseguido por la inquisición y con expedientes en su contra fue varias veces encarcelado, sin esperarse más de un imperio con gran arraigo en América, fuente de riquezas y de bienes, de allí que es expatriado, cuando muere el 14 de julio de 1816. Por estas razones, los archivólogos de Mérida han tomado interés en dar a conocer a este insigne venezolano, que murió ignorando el decreto que lo absolvía de la cárcel.
Por tales razones, en este trabajo quiero reflejar cómo el pueblo venezolano lo sacraliza, lo enaltece y lo trae al pedestal como un hombre benefactor, dándole un lugar dentro de los muertos milagrosos, es decir el pueblo lo ha canonizado, lo ha traído a la gloria atribuyéndole ciertos poderes sobrenaturales que lo transforman en un hombre santo que hace milagros.
Creemos importante dar a conocer ese mundo mágico que encierra para la comunidad
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andina el culto a los héroes venezolanos, y al avanzar en las investigaciones se observa que Mi-randa junto con Bolívar eran evocados dentro del culto marialioncero para solicitarles favores, razón por la cual su estampita o su estatuilla se hace presente en cada altar de María Lionza, máxime cuando son personajes que tuvieron que ver con la vida política y libertaria de Vene-zuela, en otras palabras, son muertos recuperados culturalmente a través del culto, que se viene gestando desde los años mil novecientos ochenta en Venezuela haciéndose omnipresentes y be-neficiando a toda una colectividad. Es un culto que crece cada día en la Venezuela del siglo XXI, donde la globalización homogenizante avanza a pasos agigantados, al igual que la tecno-logía y la ciencia, dándole al historiador o al archivólogo una serie de herramientas tecnológi-cas que le ayudaran a desenvolverse en el diario quehacer, de lo contrario sucumbe ante el mundo avasallador de la informática.
En el culto no se rescata a cualquier muerto, socioculturalmente debe ser un muerto fe-cundo, que tenga una fisonomía y un status dentro de la sociedad venezolana; en el caso parti-cular que nos ocupa son mártires de la libertad y de la revolución. Miranda y Bolívar se desta-caron como los primeros estadistas hispanoamericanos con trascendencia continental; por tal razón, tienen derecho a ser venerados y a sobrevivir a pesar de los tiempos. Hoy los han des-empolvado y no escapan en alocuciones presidenciales con epítetos que enaltecen tan excelsos personajes.
Personajes con un arquetipo del quehacer libertario, que creaban sueños y proyectos; su ideal: ver libre todo el continente hispanoamericano e integrarlo política, cultural y económica-mente dentro de un territorio comprendido entre el Mssissippi y el Cabo de Hornos. Ese hombre libertario es honrado por el pueblo venezolano y dentro del culto se le invoca con oraciones que fluyen de labios llenos de esperanza y de fe que como dice el andino: “la fe mueve monta-ñas”.
Es así como destacan algunas oraciones que invocan las sacerdotisas en los centros, pa-ra hacer posible los favores de parte del Generalísimo Francisco de Miranda:
“Oh Miranda bien aventurado y glorioso, en este momento te imploró por todos los castigos y cárcel que recibiste, aún teniendo un ideal de libertad. Tu mismo sabes que el estar preso es un
Lcda. Francisca Rangel Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano.
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suplicio, por eso te pido en este momento por el hermano (a) (se nombra la persona por quien se pide el favor). Se rezan tres padrenuestros, Tres avemarías y tres credos por siete días. Lo-grando de esta manera el favor aquí pedido”. (Centro Marialioncero de Palmira, Estado Táchi-ra, autor anónimo).
Beneficios del culto a los héroes:
Dentro de los beneficios que se alcanzan a través de estos héroes podemos observar:
liberarse de malos vecinos, encontrar trabajo, sacar presos de la cárcel, abrir caminos y hacer justicia.
A continuación una entrevista a una de las marialionceras del estado Mérida “Yo invocó a Mi-randa y a Bolívar para ayudar a los pobres, ya que cuando yo hice el pacto con ellos se me presentaron y me dieron una moneda y me dijeron que buscara una piedra de águila en el Amazonas y fui hasta allí y la conseguí. Mi deber es ayudar a los pobres, y así lo he hecho, también los invoco para sacar presos de la cárcel, muchas veces mulas, los invoco también para abrir los caminos. A Bolívar le coloco velones tricolor y a Miranda velones amarillos, les ofrendo con wiski y vino; a ellos no les gusta el miche al frente de su estatua o de los retra-tos de ellos, y les mando a hacer misa cuando se cumplen los favores solicitados”. (Sacerdotisa Barrio Simón Bolívar Mérida, 2006).
Al entrevistar a algunos usuarios del culto, unos aceptaron la encuesta y otros la recha-zaron (sobre todo excarcelados), quienes negaron haber estado presos alguna vez. Otros acep-taron que habían estado presos injustamente y la sacerdotisa los ayudó con sus oraciones e invo-caciones de estos personajes libertarios.
Conclusiones:
En la sociedad andina hay un culto y una veneración por los héroes de la patria, entre ellos Miranda y Bolívar, presentes desde la década de los ochenta en el santoral de los héro-es y en el conjunto de las creencias y prácticas mágico-religiosas venezolanas que se
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difunden en otras partes de Venezuela.
La eficacia de Miranda y de Bolívar dentro del culto ―marialioncero‖ se manifiesta, en pri-mer lugar, en la sacerdotisa o el médico popular que creen en la eficacia de su magia; segundo, el paciente cree en el poder del curandero, y, tercero, el reconocimiento social de la eficacia de los procedimientos mágico- religiosos se hacen presentes en el mundo cambiante de hoy, cuando muchas estructuras políticas se han transformado, y los dis-cursos políticos se popularizan haciendo énfasis en un mundo igualitario y menos cla-sista. .Sabemos que esto suena imposible para muchos, pero la realidad es que hoy se palpa en Venezuela y en muchos países de La América Latina.
Bibliohemerografía.
Lexus, Diccionario Enciclopédico, (1998): ediciones Trébol S. L., Madrid – España.
Lovera Agras, Miguelangel, (1988): Medicina Mágico-Religiosa, Imprenta de la Universi-dad Central de Venezuela, Caracas – Venezuela.
THOMÁS, Louis Vincent, (1993): Antropología de la Muerte, Fondo de Cultura Económi-ca, México.
CLARAC de Briceño, Jacqueline; “El Culto a Maria Lionza en América Indígena, Vol. XXX, Nº 2, México, abril 1970, pp. 359-374.
CONAC y Galería de Arte Nacional, 1997; En que Piensa Miranda, Caracas – Venezuela.
PERRA, Edgar, http://.masoneria.8m.com/page2.html.
El Nacional, Rostros y Personajes de Venezuela, Fundación Banco Mercantil
Informantes:
Sacerdotisas y usuarios del culto de Maria Lionza de los estados Táchira y Mérida, 1980 – 2006.
Agradecimiento:
A cada una de los sacerdotisas - médicos curanderos y usuarios del culto, que hicieron posible este trabajo, en especial a Josefina Contreras.
Lcda. Francisca Rangel Miranda: el hombre mágico que venera el pueblo venezolano.
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A la geógrafo Alejandra Ayala, quién realizo la lectura de este trabajo.
A los organizadores del V Coloquio de Archivos e Investigación Histórica en honor a Miranda (Archivo General del Estado Mérida y Facultad de Humanidades y Edu-cación – Escuela de Historia).
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Apoteosis del Precursor de la Independencia de la América del Sur, Francisco de Miranda en Mérida. 1896
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Archivo General del Estado Mérida.
La celebración de centenarios de natalicios es una manera de rendir homenaje a persona-jes ilustres de destacada actuación en diferentes aspectos de la vida pública. En 1895 el Presi-dente de Venezuela Joaquín Crespo decretó la celebración del centenario del Mariscal de Aya-cucho Antonio José de Sucre, entre los actos programados para conmemorar el natalicio fue in-cluida la designación de una capilla en el Panteón Nacional para erigir un Cenotafio en homena-je a Francisco de Miranda, en el decreto se señalaban los méritos que ostentaba y que lo hacían merecedor de tal distinción ―...sabio caraqueño Francisco de Miranda, ya que las cenizas de este no han podido ser halladas, ya también que tal insuseso en su busca no ha de ser causa para que nombre tan afamado inscrito en la historia de naciones poderosas y antiguas, y tan meritorio como el que más entre los que sacrificaron hacienda, reposo y vida por la libertad de Venezue-la, deje de figurar en medio a los otros que en el templo de los inmortales recordaran á las gene-raciones del porvenir las hazañas o los sacrificios de los Padres de la Patria‖.1 Se señalaba además que el día 5 de julio de 1896 se realizaría la inauguración del Cenotafio de Miranda y en ese día clásico de las fiestas de la nación se haría la Apoteosis del Precursor de la Indepen-dencia de la América del Sur,2 por una especial celebración. La ejecución de la obra quedaba en manos del Ministerio de Obras Publicas y la ejecución del decreto en las del Ministerio de Rela-ciones Interiores.
1 ―Decreto que designa la Capilla de la Nave de la izquierda del Panteón Nacional para erigir un Cenotafio consagrado a la memoria del generalísimo Francisco de Miranda‖. Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela. Caracas, 22 de enero de 1895. N° 6.314.
2 ―Decreto que designa la Capilla de la Nave de la izquierda del Panteón Nacional para erigir un Cenotafio consagrado a la memoria del generalísimo Francisco de Miranda‖. Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela. Caracas, 22 de enero de 1895.
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Al año siguiente, en febrero de 1896 un vez concluidas las obras, Joaquín Crespo de-cretó la celebración con ―que el patriotismo de los venezolanos ha de rendir los homenajes de su admiración a la gloria del decano de los Próceres de la República‖ el mismo tendría lugar los días 4 y 5 de julio de 1896 y llevaría por nombre Apoteosis del Precursor de la Independencia de la América del Sur.” La misma debía realizarse en todo el territorio nacional en el marco de los actos de la celebración de la independencia de Venezuela. El articulo 2 del decreto del 8 de febrero de 1896 establecía que tanto en el Distrito Federal como en cada uno de los estados de la Unión se organizarían juntas debidamente autorizadas que se encargarían de organizar todo lo concerniente a la celebración, a tal efecto se recomendaba a los Presidentes de los Estados nombrar Juntas Principales y Subalternas con el fin de hacer memorable dicha celebración. De igual manera se invitaba a las corporaciones científicas, literarias y artísticas así como a todos los gremios a que organizaran actos especiales conmemorativos, que podían realizarse en fechas anteriores o posteriores al día central de la celebración.
En la capital de la República fue nombrada la junta encargada de realizar todo lo concer-niente para que la celebración estuviera a la altura del homenajeado. Los miembros de la Junta Directiva para la Apoteosis de Miranda fueron los doctores Rafael Villavicencio, Eduardo Cal-caño y Anibal Dominici, los Generales Antonio Valero Lara y Pedro Tomas Lander y los ciu-dadanos. H. L. Boulton y José Antonio Sánchez, quienes nombrarían los cargos de presidente, secretario y tesorero, en algunos casos seria presidida por el Ministro de Relaciones Interiores. La junta cumplió su encargo y elaboró un programa que incluía: asistencia a la capilla ardiente erigida en el salón del senado a los restos de los ilustres Próceres General Mariano Montilla, General y Presbítero José Félix Blanco y Doctor Fernando de Peñalver; sesión solemne del Ate-neo de Caracas; Sesión Solemne del Liceo Pedagógico; Acto Literario de la Academia Nacional de la Historia; Sesión solemne en el Club Agrícola, salvas de artillería, exposición de pinturas en el Palacio Federal, inauguración del Edificio el Paraíso y del Concurso Agrícola e Industrial, certamen de la Academia Venezolana correspondiente a la Real Academia Española de la Len-gua, retreta y fuegos artificiales, concurso de flores naturales, ofrendas ante el padre de la pa-tria, acto literario de la Universidad Central de Venezuela, acto literario del Grande oriente na-
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cional, Te-Deum en la Iglesia Metropolitana, inauguración del Cenotafio de Miranda en el pan-teón Nacional Discurso de orden a cargo de Rafael Villavicencio, apoteosis del Generalísimo Francisco de Miranda en el teatro nacional y entrega de premios a los concurso de poesía y música obtenidos en certamen Himno en Gloria de Miranda. Este programa fue dado a conocer el 20 de junio de 1896 y las celebraciones se extendían desde el día 3 de julio hasta el día 5 del mismo mes.
El Estado Los Andes (Mérida) se hizo eco del decreto presidencial y procedió a dictar las medidas pertinentes para que la celebración tuviera en el estado la fastuosidad que merecía. El 17 de marzo de 1896 el Presidente del Estado Atilano Vizcarrondo dicto con el voto afirma-tivo del Consejo de Gobierno un decreto donde señalaba la importancia de la celebración de la Apoteosis; además nombraba los miembros de la junta, la cual quedo constituida por José Igna-cio Lares como presidente; Francisco A. Celis, vicepresidente; Foción Febres Cordero, tesorero; Lope M. Tejera vocal-secretario y los vocales José M. Dávila, D. H. Bello, A. R. Sardi, Carac-ciolo Parra, A. I. Picón, Prisco Lares, A. J. Salinas. En el mismo decreto se establecía que el objetivo principal de la Junta era la elaboración del programa con que el Estado Los Andes ren-diría homenaje a tan distinguido prócer. El Presidente del Estado en correspondencia dirigida al Presidente de la Junta Nacional de la Apoteosis señalada: ― El gobierno que me honro en presi-dir hará cuanto esfuerzos sean posible para la mayor grandiosidad de aquella fiesta consagrada a honrar la memoria del ilustre Precursor de la independencia Suramericana...‖.
El mismo decreto del 17 de marzo, en su artículo 4 disponía que en cada uno de los dis-tritos que conformaban el Estado Los Andes se nombrarían Juntas Directivas de la Apoteosis del General Miranda. Lo establecido en el decreto fue complementado con la resolución ejecuti-va del 27 de marzo donde se nombraba los miembros para integrar las juntas de los distritos de las circunscripciones oriental y central, señalando además que posteriormente se nombrarían las juntas correspondientes a la circunscripción occidental.
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Con el fin de contar con la participación de diferentes sectores de la sociedad merideña, la Junta dirigió correspondencia a las colonias extranjeras, así como a los diferentes gremios, institutos y demás cuerpos colegiados residentes en el estado invitándolos a participar en los actos. Publicaron un periódico de circulación quincenal bajo el nombre la Apoteosis de Miran-da, la dirección y corrección estaban a cargo de una junta compuesta de Federico Salas, Juan Nepomuceno P. Monsant, Foción Febres Cordero y Víctor Muller, para dar cuenta de las ges-tiones que realizaban en pro de la celebración así como de algunos documentos relacionados con Francisco de Miranda considerados de interés. La Junta trabajó arduamente para lograr un homenaje a la altura del Precursor de la Independencia suramericana para ello elaboraron un programa que se extendió desde el día 3 hasta el 8 de julio de 1896.
El día 3 de julio se inició la celebración con un paseo militar de las tropas existentes en el estado por las principales calles sirviendo de custodia a la publicación del programa y de los decretos tanto del Ejecutivo Nacional como del Estado sobre la Apoteosis, este paseo se acom-pañaba de las bandas de músicos y por la noche se realizó una retreta en la plaza Bolívar. Al día siguiente, 4 de julio los actos se dedicaron a honrar la memoria de los 10 norteamericanos que acompañaron a Miranda en su malograda campaña de 1806, se realizaron salvas de artillería y los acordes de la banda recorrieron las calles de la ciudad; se inauguró el cuadro conmemorati-vo de los diez norteamericanos en el salón del Ejecutivo del Estado; así mismo se realizó un acto literario presidido por el Presidente del Estado y en la noche hubo retreta y fuegos artificia-les en la plaza Bolívar. El día central de la celebración, 5 de julio, los actos se iniciaron con sal-vas militares y acordes musicales, en la mañana, luego un Te Deum en la Iglesia Catedral e in-auguración de un busto de bronce del Libertador; se realizó una procesión cívica con todos los funcionarios del gobierno hasta el edificio donde se realizaron los actos con motivo de la apo-teosis, esta procesión incluía además de los funcionarios públicos y representantes de los diver-sos gremios, cuadros alegóricos a la actividad independentista de Francisco de Miranda, cuatro señoritas que representaban los cuatro continentes que recorrió Miranda, otro grupo de tres se-ñoritas que representan Libertad, Venezuela y Estados Unidos, tres señoritas que representaban
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a Guayana y a las América inglesa y española y por último un grupo de diez y nueve señoritas que representan las diez y nueve repúblicas que habían alcanzado su independencia en el hemis-ferio americano. El desfile culmino en el edificio designado para la celebración donde se rindie-ron las ofrendas al Precursor de la Independencia Suramericana.
Ese mismo día se realizó un acto literario con el que la Universidad de los Andes, con-tribuyó a la celebración de la Apoteosis, el mismo corrió a cargo de una comisión nombrada por el rector de la universidad Doctor Caracciolo Parra e integrada por los doctores José de Jesús Dávila, Asisclo Bustamante y Miguel Castillo.
Al día siguiente, 6 de julio se realizaron los actos organizados por el ilustre Concejo Municipal del Distrito Libertador los mismos fueron: paseo con música, salva de fusileria, ele-vación de globos, corrida de cintas, carrera a pie con obstáculos, cabalgata, corridas de toros, además de una sesión solemne donde se dio lectura al acuerdo del Concejo Municipal en el que se asociaba al Gobierno Nacional y del Estado en la celebración de la Apoteosis, seguidamente inauguración del retrato del General Francisco de Miranda y luego el acto de ofrendas, primera-mente discurso de tres señoritas que representaban a Venezuela, Estados Unidos y Francia, lue-go ofrendas del Concejo Municipal del Distrito Libertador, del Ejecutivo del Estado, de la Junta Directiva de la Apoteosis, del señor Obispo de la Diócesis y el Cabildo Eclesiástico, de la Uni-versidad de Los Andes, de el colegio de Abogados, de La ―Sociedad Glorias Patrias‖ y de la Colonia Italiana. Además el Concejo Municipal había organizado un certamen literario regional tanto en prosa como en verso, cuyo tema para la prosa era porqué es legitima la gloria de Mi-randa? Y el del verso Cuál fue la virtud más excelsa de Miranda y el veredicto fue dado a cono-cer ese día.
Los días 7 y 8 de julio los actos corrieron a cargo de los colegios de niñas Santa Ana y San José. La directora del Colegio San José, Josefa Osorio de Bernal, organizó una velada lite-raria en la cual se realizaron interpretaciones de piano, Apoteosis la ofrenda de Los Andes, dis-cursos y lectura de poesía, además de alegorías dramáticas.
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Toda la ciudad se involucró en el homenaje, un grupo de merideños por propia iniciativa conformaron una junta con el objetivo de brindar su colaboración en el realce de las actividades en honor a Francisco de Miranda, la misma estaba constituida por los doctores Juan Pedro Chuecos Miranda, presidente, Leonidas Urdaneta, vicepresidente, Foción Febres Cordero, Se-cretario, F. Diego Nucete G, Tesorero y los vocales Antonio Febres Cordero, Alejandro Baptis-ta y Concepción Guerrero, con el nombre de ―Junta Miranda‖ la cual se propuso levantar un monumento a la memoria del Generalísimo Francisco de Miranda. El mismo se trataba de un busto colocado en una plazoleta frente a la Iglesia San Francisco como tributo de admiración al ilustre iniciador de la independencia suramericana. Otro grupo de merideños entre los que des-taca Pio Nono Picon, Mario Valeri, Efrain Febres Cordero, B. Contreras Troconis, Jaime Picón Febres, Miguel Uzcátegui, Ramón Almarza, Atilio Sardi y Manuel Rojas solicitaron a la Junta Miranda les concediera el honor de hacer los gastos para la compra y colocación de la piedra de mármol que había de colocarse al frente del monumento, la inscripción debía decir A Miranda erige este monumento la ciudadanía de Mérida, 1896. El busto fue inaugurado el día 9 de julio con acompañamiento de la banda de música y las autoridades.
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Francisco de Miranda: un apasionado de los poemas homéricos.
Jesús Darío Lara Rincón.
Grupo de Investigación y Estudios sobre Historia Antigua y Medieval.
Grupo de Investigación en Ciencias Fonéticas. ULA.
Francisco de Miranda es un personaje conocido en Europa y en tierras americanas. El solo intento de hablar sobre las pasiones de este gran hombre resultaría una tarea de infinitos cami-nos, pues su espíritu inquieto y heroico y la búsqueda de conocimientos que alimentaran su de-sarrollo humano, lo llevaron a explorar la geografía de numerosas naciones, entre ellas, la del Mediterráneo, sin dejar de lado las obras literarias más representativas de estos territorios.
En las siguientes páginas nos proponemos hablar sobre Francisco de Miranda, no tanto co-mo el héroe que libró batallas, sino como el hombre que rompió las cadenas de lo terrenal, refu-giándose en el infinito mar de la literatura y la filosofía, materias que, consideramos, le estimu-laron en el desarrollo de sus empresas.
Es evidente la influencia singular que ejerce la literatura griega en el pensamiento de los hombres, y ello es particularmente notable en el caso de quienes se nutrieron del mundo greco-latino a través de las fuentes directas, como los libros en lengua original y la visita a los sitios de los acontecimientos. Así ocurre con el héroe en cuestión, y el cumplimiento de tales carac-terísticas anima aún más a estudiar con cuidado el gusto mirandino por los versos más antiguos sobre las guerras y las aventuras de occidente, los versos de la épica homérica.
En efecto, es bien conocido el entusiasmo de Miranda por la lectura de obras cuya temática se extiende, sin imposición de límites, a lo largo de múltiples facetas del conocimiento. La con-firmación de esta pasión literaria se sustenta, en primer lugar, en los testimonios escritos del Precursor, con frecuencia acompañados de citas, opiniones o comentarios acerca de los autores leídos. También lo evidencia el testimonio biográfico de sus abundantes amigos escritores, quienes en muchas ocasiones le regalaron ejemplares de sus obras, luego comentadas y valora-
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das por él. Y lo señala igualmente la amplitud de su biblioteca, cuyos libros ofrecen, en su ma-yoría, numerosas anotaciones y subrayados.
Pero la afición del Precursor hacia los libros parece cobrar especial connotación en lo refe-rente a su repertorio de autores clásicos grecolatinos. Él mismo reconoce el valor que tuvieron en su preparación personal desde los tiempos juveniles. Tal valoración resulta evidente si se tie-ne en cuenta que todos los libros donados por él, según su testamento, a la entonces Universi-dad de Caracas, son ediciones de los clásicos antiguos, la mayoría en griego y latín. Sus pro-pias palabras en el testamento permiten observarlo:
―A la Universidad de Caracas se enviarán en mi nombre los libros clásicos griegos de mi bi-blioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de literatura y de moral cristiana con que alimentaron mi juventud; con cuyos sólidos fundamentos he podido superar felizmente los graves peligros y dificultades de los presentes tiempos” (Archivo, 7, 137).
Como observa Miguel Castillo Didier, la sección greco-latina de la biblioteca de Miranda reunía las mejores ediciones no solo de los autores más célebres: Homero, los trágicos, los co-mediógrafos, los historiadores, sino también de otros autores menos famosos, incluso de la anti-güedad tardía, como Luciano, Ateneo, Alcifrón, Dion Casio, Dion Crisóstomo, Dionisio de Halicarnaso, Longino, etc.; y de la época bizantina, como Zósimo, Hesiquio y Focio, entre otros.
De entre ellos, hay unos textos en los que quisiéramos detener brevemente la mirada: los poe-mas homéricos. Las subastas de la biblioteca mirandina registran en sus catálogos una buena cantidad de prestigiosas traducciones de la Ilíada, la Odisea y la Batracomiomaquia, en latín, francés, italiano, inglés. También pueden registrarse varios lexicones especializados en lenguaje homérico, diccionarios de griego, estudios topográficos, historiográficos y arqueológicos del mundo de Homero y en particular de Troya. Agréguese a ello las ediciones en lengua griega de los textos épicos, una de la Ilíada (1790),1 una de la Odisea (1799),2 una de ambos poemas (1801),3 una de la Batracomiomaquia (1744), una Vita Homeri (1736) y una síntesis homérica (1757). Tal cantidad y calidad de ediciones sobre la literatura y el mundo del ciclo troyano ani-ma a reflexionar sobre la estima de Miranda en relación con esos poemas.
1 Samuel Clark e hijo (editores), Londres, 1790. En griego y latín.
2 Samuel Clark e hijo (editores), Glasgow, 1799. En griego y latín.
3 Samuel Clark y Johan August (editores), Oxford, 1801.
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En variados pasajes de los escritos mirandinos, el precursor rememora imágenes e informa-ciones derivadas de la epopeya. Así ocurre en su diario de viajes y más frecuentemente en las páginas dedicadas a su paso por Grecia en 1786, donde recuerda nombres de lugares y mitos mencionados en la épica griega, como el río Aqueloo (15 de mayo), en Zante, que era conside-rado entre los antiguos como un dios relacionado con la fecundidad. También se mencionan lu-gares que conservan el mismo nombre desde los tiempos de Homero, como las islas Cícladas, Delos, Mikonos, Naxos, etc.; las islas cercanas al continente asiático por la península anatolia: Quíos, Lesbos, así como el Quersoneso. Cuando estaba todavía en Asia Menor, en la zona de Esmirna (10 de julio), observó desde una cima las fértiles llanuras que se extienden tierra aden-tro, y el río Miles que provee de agua la región, tal como lo hacían en tiempos homéricos, cuan-do era llamado con el mismo nombre. Más adelante, en los momentos previos al paso por Dar-danelos, expresa su contento por la adquisición, para el viaje, del buen vino de Tenedos. El vino de las regiones cercanas a la Tróade fue muy valorado por los aqueos cuando estaban apostados en las orillas del Helesponto, y, según Homero, un comerciante les proveía de la apreciada bebi-da. Pues bien, Miranda tuvo la oportunidad de probar tales productos de milenaria tradición. Nace con esta lectura del diario un nuevo aspecto destacable, ahora sobre las Ilíadas y las Odi-seas de Miranda: eran sus acompañantes de viaje. Es patente que las llevaba consigo, las releía continuamente durante el viaje, subrayando lugares que él mismo observaba o esperaba obser-var, y dialogaba con sus compañeros de viaje y anfitriones acerca de la historia y la leyenda de los distintos parajes.
En el paso por el estrecho de Dardanelos, el 21 de julio de 1786, no puede evitar la búsqueda de las ruinas troyanas. Desde la nave examina con su anteojo las tierras a lo lejos, buscando en las llanuras de la Tróade algún indicio de la antigua fortaleza de Príamo. Hace que el capitán haga una parada en las costas de Troya, que le permitiera inspeccionar el lugar. Re-corre el suelo troyano, acompañado por un guía; luego confiesa: ―…pero no pudimos descubrir ninguna cosa que se asimilase a ruina antigua. El local sí que está exactamente según lo han descrito los poetas antiguos.‖ Estas palabras no parecen transmitir alguna suerte de decepción o desilusión acerca de conseguir pistas de Troya. Al contrario, dejan entrever la emoción de quien ha tenido la oportunidad de entrar en contacto con la literatura, de desembarcar donde lo hicie-
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ron los argivos, de caminar por las llanuras de la Ilíada y pisar su hierba y sus piedras. Tal vez el interés de Miranda no estaba solamente en encontrar Troya, aunque ello es evidente, sino en tener la oportunidad de buscarla él mismo en su sitio, en la Tróade, aun sin encontrarla. Se trata de un entusiasmo aventurero, inquisitivo, tal vez adolescente.
Ya en el terreno filológico, resultan de particular interés los ejemplares de Homero conser-vados en nuestro país en la biblioteca mirandina. En sus páginas pueden observarse anotaciones realizadas a puño y letra del Precursor, quien fuera su antiguo dueño. Comentarios, subrayados y señales personales son algunos de los elementos más interesantes para el estudio de las lectu-ras mirandinas sobre el texto de sus libros. Juan David García Bacca observa que tales anotacio-nes estaban dirigidas con mayor frecuencia a los puntos en los que se expresaba alguna idea política, moral o ética, por ejemplo la libertad, la tiranía, la virtud heroica; o también sobre lu-gares que resultaban llamativos por razones mucho más personales, como sucede con el co-mienzo de La Odisea:
ãAndra moi eÃnnepe, Mou=sa, polu/tropon, oÁj ma/la polla\
pla/gxqh, e)peiì Troi¿hj i¸ero\n ptoli¿eqron eÃperse:
pollw½n d' a)nqrw¯pwn iãden aÃstea kaiì no/on eÃgnw,
polla\ d' oÀ g' e)n po/nt% pa/qen aÃlgea oÁn kata\ qumo/n,
a)rnu/menoj hÀn te yuxh\n kaiì no/ston e(tai¿rwn.
“Cántame, Musa, al hombre ingenioso, que erró muy mucho, tras destruir la sagrada ciu-dadela de Troya, que vio los pueblos de muchos hombres y conoció sus costumbres ,y padeció en su corazón muchos dolores en el mar, esforzándose por salvar su alma y por el regreso de sus compañeros.”
García Bacca explica el interés de los subrayados mirandinos en los primeros versos de la Odisea observando ciertas similitudes esenciales entre el héroe homérico y la propia persona de Miranda. Efectivamente, los puntos resaltados con mayor énfasis por Miranda son el primer verso casi completo: ãAndra moi eÃnnepe, Mou=sa, polu/tropon, “Cántame, Musa, al hombre in-genioso”, y el tercer verso: pollw½n d' a)nqrw¯pwn iãden aÃstea kaiì no/on eÃgnw, “..vió las ciuda-des de muchos hombres y conoció su pensamiento”. En el primer verso hay una palabra de gran
Jesús Darío Lara Rincón. Francisco de Miranda: un apasionado de los poemas homéricos.
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expresividad: polu/tropon, que significa ingenioso, astuto, o, con más exactitud, muy capaz de girar las situaciones a su favor. Y es que así mismo era la condición de Miranda, una persona capaz de hacer voltear las circunstancias para que se dieran a su favor, del modo en que Home-ro lo había descrito hace milenios en Odiseo, cambiando nombres, nacionalidades, oficios, en fin, identidades, para protegerse de posibles peligros y amenazas. En el tercer verso la idea de todas las palabras en conjunto parece llamar la atención. Porque precisamente ver las ciudades de muchas naciones y conocer su cultura es la actividad de Miranda a través de su largo viaje por Europa, luego Asia Menor, pasando por el Mediterráneo, para regresar a la zona oriental de Europa y llegar a Rusia. Con semejante recorrido, de varios años, el venezolano va conociendo minuciosamente las condiciones geográficas, las estructuras políticas, las situaciones sociales, las posibilidades militares, el comercio, la sensibilidad literaria y artística de los habitantes en cada región, y así lo deja plasmado en su diario de viajes. Ello le permite hacerse una idea clara de las características de estos numerosos pueblos y va sembrando en él un germen para sus pro-pias ideas libertarias. Hay, pues, un interés común en ver pueblos y conocer costumbres, tanto en Miranda como en el héroe épico, y esta coincidencia está materializada en unas rayas puestas bajo los primeros versos de la Odisea.
Al respecto, Miguel Castillo Didier señala que la comparación de Miranda con el Odiseo homérico se remonta, al menos, hasta 1792, cuando el obispo de Amberes, elogiándolo en una epístola, le expresa que es merecedor de que las personas digan sobre él: ―qui mores hominum multorum vidit et urbes”, palabras de la traducción latina de la Odisea, que significan precisa-mente “Quien conoció las costumbres y las ciudades de muchos hombres”.
Por otra parte, el tema de la guerra se demuestra asimismo llamativo para Miranda, cuando subraya el siguiente verso en uno de sus ejemplares griegos de La Ilíada:
Ilíada 5.31 åArej ãArej brotoloige\ miaifo/ne teixesiplh=ta
“Ares, Ares, peste para los humanos, sucio de la matanza, derruidor de muros”
Es un pasaje donde se evoca al dios de la guerra, Ares, en un momento de terrible agitación bélica. Se siente en el ritmo y en el significado la emoción, la agitación extrema de la batalla, pero al mismo tiempo el repudio de la violencia y de la carnicería que Ares implica. ¿Qué pudo
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haber pasado por la mente de un hombre de guerra, que participó en batallas de las más impor-tantes en Europa y en Norteamérica?
De otro lado, los aedos y la recitación tampoco escapan del interés mirandino, y unos versos de la Odisea lo confirman:
Odisea 13.27-28 meta\ de/ sfin e)me/lpeto qeiÍoj a)oido/j, / Dhmo/dokoj, laoiÍsi tetime/noj.
“después de ellos cantó el divino aedo Demódoco, para honrar a los pueblos”
Como se sabe, la música y la poesía son para Miranda aspectos de fundamental importancia. De su archivo se desprende que era un buen intérprete de la flauta y un excelente bailarín. De hecho, era aficionado a las reuniones sociales, donde participaba de los bailes. Además, tenía un gusto musical muy refinado y se mantenía al tanto de la producción musical de su época.
En el plano social, no era Miranda persona tolerante de las injusticias y de la desigualdad. Pues le resultaban odiosas las explotaciones y los abusos a que muchos gobiernos eran procli-ves, como en este caso el gobierno de la flota aquea, dentro de la leyenda homérica:
Ilíada 1.231 dhmobo/roj basileu\j e)peiì ou)tidanoiÍsin a)na/sseij:
“Rey devorador de pueblos, que sobre nulidades gobiernas.”
Es un verso que recuerda su renuncia y desacato al imperio español, cuando se vuelve de-sertor del ejército y se embarca secretamente a Estados Unidos, en 1783. La viva emoción de rabia presente en las palabras de Aquiles pareciera tomar un nuevo valor con los subrayados de Miranda, para extenderse a la decepción y la tristeza que habrían podido embargar al Precursor en el momento de separarse de sus tropas. El contexto original que motivó las palabras del Peli-da es el de un ejercicio de gobierno que revela abusos de poder e injustas desigualdades; visto así, con unos pocos trazos básicos, tal contexto pudiera asimilarse al que propiciaría la disposi-ción moral que llevaría a Miranda a plantear el movimiento político y social de sus empresas libertadoras.
Es, así, Francisco de Miranda, una figura de amplia erudición literaria, y de sólidas convic-ciones morales, cuya educación y fundamentos intelectuales se nutren muy especialmente del pensamiento clásico grecolatino, además en forma directa, de la fuente original, los textos en la lengua primigenia, como es el caso de los textos homéricos. De ellos extrae una esencia moral y
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ética de gran valor para su formación personal, y, extensivamente, para la formación de uno de los primeros ideales libertarios de América, el que llegaría a las tierras de Coro sobre el barco Leander.
Bibliografía.
Ediciones de textos clásicos.
Homeri Ilias. T.W. Allen (ed.). Oxford, Clarendon Press, 1931.
Homeri Odyssea. P. von der Mühll (ed.). Basel, Helbing & Lichtenhahn, 1962.
Bibliografía crítica.
Blanco-Fombona de Hood, Miriam. El enigma de Sarah Andrews, esposa de Francisco de Mi-randa. Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1981.
Castillo Didier, Miguel. Miranda y Grecia. Caracas, Cuadernos Lagoven, 1986.
García Bacca, Juan David. Los clásicos griegos de Miranda. Autobiografía. Los Teques, Bi-blioteca de Autores y Temas Mirandinos, 2000.
Miranda. Francisco de, Colombeia. Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1978.
Mondolfi, Edgardo (coord.). Miranda: su flauta y la música (disco compacto). Caracas, Ban-co Mercantil, 2000.
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